| La primera vez |
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Sentimientos nunca antes vividos, experiencias y emociones nuevas, estrenar un alud de nervios mezclados con sudor. Quedarse colgado para la eternidad, en suspensión, algo grabado para los restos. Dicen que la primera vez marca, uno lucha contra esa expresión nacida de la boca de la experiencia en un intento de lucha contra el orden establecido, uno no se lo quiere creer pero al final, con el paso del tiempo, acaba por ser cierto. Un momento al que vuelves una y otra vez, se hace recurrente en tu cabeza y acabas por contagiarlo a los que te rodean.
Algo que aunque solo sea por un instante o durante una pequeñísima fracción de segundo acabas pensando a cada hora del resto de tus días. Una relación compartida, un secreto de dos, una manera de vivir. Siento desilusionaros pero esto no va a tratar de sexo, ni tan siquiera de una historia de amor entre personas, solo versará sobre baloncesto.
Aun 15 años después vivo suspendido junto a Djordjevic aquella tarde de primavera a orillas del Bósforo. Aquella daga clavada en el corazón badalonés, en el último segundo, desde aquel lateral supone mi primer baile con esto del baloncesto, mi primera vez. Fue mi primer polvo, mi primer amor, mi primera cita con el baloncesto. Yo no elegí, ese tipo de momentos le eligen a uno.
Con 8 años uno no alcanza a realizar análisis profundos, ni conoce el desarrollo de la competición ni las plantillas que la conforman. Uno es fácilmente influenciable y capta o se mueve por emociones y sentimientos. Años después, al rebuscar datos, se da cuenta de lo vivido y observa el contexto de la situación y de la propia primera competición europea de la época. Los extraños Thompson, Pressley, Villacampa, Rebraca, Danilovic o Djordjevic pasan a ser familiares, entran en tu salón, y quizás eso le reste cierto encanto a aquella primera vez que siempre quedará en el recuerdo. Nunca podré agradecer a Sasha lo suficiente por aquel día, por aquella actuación. Una parte importante de lo que soy comenzó allí, en aquel justo instante.
Desde entonces vivo a través del basket o, al menos, es mi válvula de escape de lo que me rodea diario. Soy siempre feliz dentro del 28x15, rectángulo de libertad. Soy feliz en todo ese momento en el que el baloncesto, en cualquiera de sus expresiones, aparece y entra en mi. Prueba de ello es la paciencia eterna, bendita paciencia, de mis colegas cuando les aburro con toda esa montaña de datos, imágenes, recuerdos, líos y equipos que les quedan muy alejados de sus pensamientos, pero no puedo remediarlo, va conmigo.
Giro la cabeza y en una de mis estanterías veo esa cinta con ese Partizan-Joventut del año 92 y os diré una cosa, no me atrevo a volverla a ver. El por qué no sabría decirlo, supongo que será por aquella frase que dice que al sitio donde fuiste feliz no debes volver, o quizá porque tengo miedo a encontrarme otra cosa, un partido distinto al que me ha estado haciendo amar, latir dibujado en mis recuerdos. Perder esa sensación de inestabilidad, ese frágil mástil que sustenta toda la nave. El recuerdo de aquella primera vez, la del cuento de Djordjevic y su daga, la daga de Estambul, eterna, inolvidable. Es la magia del baloncesto, supongo.
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