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26.03.08 | Pedro Serrano (2523 lecturas) [ Comenta el artículo ]
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Jugadores que dejan huella: Rick Hughes


El mundo del baloncesto es amplio y variopinto. En él cabe cualquiera que trabaje por y para este deporte, y también cualquiera al que le interese, le guste o le apasione: los aficionados, los periodistas, los entrenadores, las juntas directivas de los clubes, las empresas patrocinadoras, los fisioterapeutas, los preparadores físicos, los utilleros, los chavales de la mopa, las cheerleaders, el personal de mantenimiento de nuestros pabellones… y, cómo no, los jugadores, sean buenos, malos o regulares. De forma genérica el jugador es el personaje central de este tinglado, aquel que todos hemos querido ser en algún momento de nuestras vidas, aunque no tengamos suficientes cualidades para la práctica del baloncesto.


El jugador, desde la escuela de base hasta el vestuario de cualquier equipo profesional, es una pieza esencial de nuestro deporte. Y hay tantos y de tan diferente especie que uno se puede encontrar de todo. Los hay de esos que los aficionados califican –no sin pecar de injustos en muchos casos- como “mercenarios”. “Mercenario” tiene una clara connotación negativa cuando se la aplicamos a un jugador de baloncesto, “aquel que se vende por dinero”. Pero si lo pensamos, si nos desembarazamos del cinismo, todos somos mercenarios en nuestro trabajo. Nos guste más o nos guste menos, tengamos vocación o no tengamos más remedio, al final la gran mayoría de nosotros trabajamos por dinero, que es lo que nos permite comer y pagar la hipoteca a fin de mes. Para aplicar con propiedad ese calificativo a un jugador, la diferencia radicaría en señalar así al que valora el dinero por encima de todo, y lo que es peor, al que no está dispuesto a darlo todo por cumplir de la mejor manera posible con su trabajo sobre la pista. Esa sería una forma más acertada y completa de definir al “mercenario” del baloncesto. Al “fraudulento”, que decía aquel.





Sin embargo, ¿cómo llamamos a aquellos jugadores que no sólo valoran el dinero? ¿Cómo llamamos a los que no hacen del mínimo esfuerzo su ley suprema? ¿Cómo llamamos a los que, nada más aterrizar en un rincón del planeta que no conocen lo más mínimo, se dejan la vida sobre la pista por el equipo que les paga? Este largo prólogo es consecuencia de la reflexión a la que me ha llevado pensar en Rick Hughes, y que podría hacer extensiva a otros grandes jugadores que han pasado por mi ciudad en los más de veintitrés años de vida del Polaris World CB Murcia. Pienso en Hughes porque desde el 28 de mayo de 2006, he tenido ganas de expresarle mi gratitud escribiéndole un artículo. Ahora aprovecho la oportunidad que me brinda basketMe.com y la visita del actual equipo de Hughes a Murcia, el Grupo Begar León, para cumplirlo.


El currículo de Rick Hughes es tan variopinto como el mundo del baloncesto, y no ha parado de crecer desde que nació hace 34 años en Ohio. Tras 4 temporadas en la NCAA con el Thomas More College aterrizó en la CBA en 1996. Luego conocería destinos tan exóticos y desconocidos para la práctica del baloncesto como la liga de Chipre y la de Líbano. Del Líbano se fue a la NBA, donde tuvo un papel eventual y testimonial en equipos como los Mavericks, los Bulls o los Suns. Un nuevo paso por la CBA supuso la antesala a su desembarco en la ACB en la temporada 2000/01 con Orense, donde sustituyó a Mike Ansley. En el equipo gallego jugó 14 partidos promediando 19 puntos y 9 rebotes, pero no pudo acabar la temporada debido a una lesión. Al año siguiente regresó a su país para jugar con Kansas en la liga ABA y en 2002 se estrenó en Francia con Dijon, pero tampoco le acompañó la suerte y cayó de nuevo lesionado. A principios del año 2006 regresó a España procedente del Teramo de la “Lega” italiana para debutar en la LEB con el Polaris World CB Murcia, en sustitución de un Rod Sellers venido a menos y con unos problemas personales que le habían obligado a hacer las maletas.





El conjunto murciano dirigido por Manel Comas, que había comenzado la temporada como serio aspirante al ascenso, estuvo hundido en la mediocridad hasta la “huída” del técnico catalán y la contratación de Manolo Hussein. Tras ganar la Copa Príncipe parecía que enderezaba el rumbo y retomaba el objetivo inicial, pero algo seguía sin funcionar: la aportación de los dos extracomunitarios, Sellers y Walleskowski, no alcanzaba el nivel requerido para afrontar el ascenso. El por entonces Director Deportivo del club murciano, Miguel Ángel Martín, decidió traer a Murcia a Ryan Humphreys y al mencionado Rick Hughes, y acertó de pleno. Después de unas semanas de acoplamiento los frutos llegaron, y ambos ofrecieron todo aquello que su equipo necesitaba, convirtiéndolo, ahora sí, en una máquina casi perfecta, en un auténtico bloque.


En total fueron 16 los partidos en los que Rick Hughes vistió la camiseta del Polaris Murcia, 7 de liga regular y 9 de play-off. No fue mucho tiempo, pero fue suficiente: fue suficiente para ver de qué manera se lanzó a la pista a conocer a sus compañeros nada más llegar a Murcia. Fue suficiente para ver el hambre de baloncesto, las ganas de hacer todo lo posible y de la mejor manera posible para ayudar al club a alcanzar sus objetivos. Sus números, siendo buenos –más de 15 puntos y 6 rebotes por encuentro-, no consiguen abarcar el grado de compromiso asumido por Hughes en aquel equipo: su presencia en la pista, el tan manido tópico de los “intangibles”, tuvo una importancia capital. Frente al Cai Zaragoza, en el quinto y definitivo partido del play-off de ascenso a la ACB, Hughes anotó 24 puntos, capturó 12 rebotes y recibió 10 faltas personales. Y no fue lo más grande que hizo esa noche: cuando el tiempo de la prórroga se agotó y su equipo ganó el partido y el ascenso de categoría, Hughes apretó los puños y comenzó a llorar como un niño. Los aficionados murcianos lo pudimos ver por televisión, a muchos kilómetros de Zaragoza, desde nuestra ciudad, y sentimos una emoción incontenible. Aquella noche no hubiera podido evitar seguir los pasos de Nieves Herrero –muy a mi pesar- y le habría hecho a Rick una de las preguntas favoritas de la citada periodista: “¿Qué sientes en estos momentos?”. Me pregunté qué había tras esas lágrimas, y pude imaginar que había tensión acumulada y, al fin, exteriorizada. Imaginé muchas horas de trabajo, de esfuerzo. Tras esas lágrimas había felicidad y, por supuesto, había satisfacción por el deber cumplido, tanto por él mismo como por todos sus compañeros: Xavi Sánchez, Perico Sala, Juanjo Triguero, Pedro Robles, Howard Brown, Sergio Pérez, Ryan Humphreys…





Al año siguiente Rick Hughes fichó por León, también de LEB, y consiguió repetir la tarea: de nuevo en un quinto partido y de nuevo ante Zaragoza –para desesperación del equipo maño-, Hughes lo dejó todo sobre el parquet y volvió a ascender. Esta temporada León le ha dado la oportunidad de jugar de nuevo en la máxima competición española, y hasta su desafortunada lesión se ha podido ver que la apuesta fue un acierto: 9º clasificado en el ranking de valoración, Hughes llegó a ser MVP en la 13ª jornada al anotar 29 puntos, capturar 13 rebotes y recibir 8 faltas personales.


Los jugadores como Rick Hughes son de una raza especial: elevan su calidad como jugadores de baloncesto en el más extenso sentido de la palabra, por encima de la mera calidad técnica que puedan atesorar. Su calidad humana, su grado de compromiso, de trabajo y de honestidad se agrega a lo demás, obteniendo así un cómputo global muy superior al de aquel que sólo sabe jugar bien al baloncesto. Al saltar a una cancha, el gran jugador siente la misma ilusión de los niños que están empezando, las ganas de jugar. El gran jugador hace mejores a los compañeros, mejora a su equipo sin hacer ruido. El gran jugador deja huella por donde pasa, aunque haya estado muy poco tiempo. Así es Rick Hughes, que con 16 partidos dejó su huella en Murcia. Gracias.



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