Oda al baloncesto (I) |
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Quizá resulte innecesario loar al baloncesto en una web como ésta, donde a todos ya se nos supone afición, interés y hasta pasión desmedida por el deporte de la canasta. Sin embargo, en ocasiones resulta conveniente observarlo con cierta perspectiva, dar un paso hacia atrás y pensar porqué nos gusta tanto. Y decirlo. De esa manera lo acercamos a aquellos que no lo conocen y que no lo entienden.
Muchas veces, al ver las noticias deportivas en el periódico, en la radio y en la televisión, me pregunto extrañado porqué el baloncesto no tiene la difusión mediática que se merece. No encuentro respuesta a esa duda, pero sí se la encuentro al porqué me gusta tanto. Este es el primero de tres artículos en los que, de forma muy sencilla, lo explico:
BA-LON-CES-TO: Son cuatro sílabas que si se pronuncian con lentitud suenan rítmicas y contundentes al mismo tiempo. El baloncesto es como el buen vino, fruto de una ingeniosa combinación de elementos madurados con el tiempo, desde que Naismith lo inventara allá por 1891. Es poliédrico, rico en matices, lleno de ángulos y lados, como una sinfonía. Con un vistazo rápido resulta todo tan perfectamente encajado que se nos antoja sencillo y natural. Analizado con detenimiento, se despliegan ante nosotros los muchos aspectos que lo conforman de manera casi inagotable: desde su belleza plástica hasta su variedad táctica. El baloncesto es flexible, se adapta a cualquiera. Todos pueden encontrar en él lo que andan buscando: quien pretenda sólo divertirse, lo conseguirá; quien quiera emociones fuertes, las encontrará ―quizá en exceso―; quien guste de las cifras y las estadísticas tendrá un sinfín de datos que analizar; quien se apasione con la estrategia, no podrá evitar observar la cancha como un gran tablero de ajedrez. Aquí no se pierde el tiempo, aquí se obliga a atacar. Aquí no se hace de la defensa un fin sino un medio. Aquí el talento tiene premio, pero también el acierto, y no siempre van los dos cogidos de la mano. El baloncesto siempre es productivo, se gana o se pierde, no hay término medio. Aquí no hay empate a cero.
Al baloncesto, como a cualquier deporte, se le puede y se le debe atribuir el papel de ser transmisor de valores, de ser vehículo de enseñanza. No hablo de enseñar a llevar peinados llamativos o a conducir coches caros, sino de enseñar a trabajar en equipo, a sumar esfuerzos, a mejorar al conjunto mejorándonos a nosotros mismos. El entrenador Pepu Hernández dijo en una entrevista: “cuando tienes jugadores que no están educados en nada, al final no son ni jugadores”. La deportividad, el sacrificio, el saber compartir los éxitos y los fracasos son enseñanzas de este deporte. Hubo un grupo de amigos que nos enseñó todo eso. Vestían la camiseta de España y hoy son Campeones del Mundo Y Subcampeones de Europa. ¿Qué más se puede pedir? Ba-lon-ces-to.