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No hace tanto de la especialización de los licenciados en INEF, ni la medicina deportiva lleva demasiados años, habida cuenta del desarrollo brutal técnico y físico que, en relación no siempre proporcional, han experimentado los jugadores. Éstos, son dirigidos por un entrenador que no siempre, más bien casi nunca, tiene conceptos de entrenamiento físico ni estudios al respecto, en estrecha colaboración y no siempre consensuada, con un experto en ejercicio físico cuyos conceptos de baloncesto son nulos o inexistentes, y dicho tándem, es vigilado desde no muy lejos por un médico que casi nunca sabe de baloncesto ni de ejercicio físico, y no siempre está especializado en medicina deportiva.

Mientras tanto, las sensaciones del jugador y sus opiniones sobre su estado físico y mental, son tenidas en cuenta, y algunos osados incluso incorporan un psicólogo en sus filas, que no sabe medicina, ni baloncesto, ni preparación física. Casi ninguno de todos ellos, en un deporte globalizado, habla decentemente el inglés, a pesar de que en nuestro país se exija hasta para funcionario de correos. Curioso.

Todo eso nos debería conducir a una primera reflexión. De todos ellos, los que cobran cantidades más descomunales en relación a su nivel de estudios y horas de formación son los entrenadores. ¿Se les debería exigir algo más de preparación? ¿Basta con rodearse de otros que deben suplir sus carencias? ¿Debemos caminar hacia el entrenador casi total? ¿Es esa combinación de profesionales sana y útil para el deporte? Y tengamos además en cuenta que el número de asistentes del coach principal se ha triplicado en los últimos años.

Todo ello aderezado con brutales intereses económicos de comités, clubes, jugadores, asociaciones, publicidad y televisión que marcan las pautas por encima de cualquier consejo lógico o profesional bien meditado. Amistosos excesivos e innecesarios, viajes largos y agotadores en busca de no se sabe qué propósito, exhibiciones, anuncios con horas de rodaje. Todo vale, lo que nos lleva a una segunda reflexión: ¿invertimos suficiente en ese millonario mundo de profesionalización deportiva, en innovación y desarrollo científico? Probablemente no. No todos los seleccionados tienen el mismo ritmo competitivo ni número de minutos, aunque en realidad entrenan todos por igual, disputan el mismo numero de partidos amistosos, viajan todos al unísono. Disparidad de criterios en tratamiento de lesiones, en tiempos de recuperación, en muchas otras cosas para las que, por desgracia, no hay un patrón uniforme ni disponemos de una medicina exacta.

¿Consideramos este Mundial como el final de una temporada o parte del comienzo de la siguiente? Porque de eso dependen el ritmo de entrenamientos y sus objetivos. ¿Forzamos al jugador a que vuelva prematuramente tras una lesión o somos conservadores? ¿Vendamos los tobillos siempre (casi 20% de lesiones en baloncesto son esguinces) o por el contrario fortalecemos los mismos y jugamos "a pelo”? Depende... ¿frío o calor en lesiones crónicas?, ¿reposo absoluto en fase aguda o discreto movimiento? ¿cuál es el tiempo ideal de reposo antes de cada partido?, ¿hay dietas especificas para el deportista o debe comer con normalidad como recomiendan algunos expertos?, ¿que tiempo debe durar un entrenamiento estándar?, ¿son necesarias series brutales de 1000 tiros para aprender a ser un buen lanzador? ¿Tiene sentido "concentrar" en un hotel a un jugador cuando juega en casa apartándole de su familia?

Son muchos criterios a convenir, mucha especialización, mucha información...

Paul George puede haber sido una simple víctima de la mala suerte o, por el contrario, de una planificación incoherente, unos entrenamientos excesivos, unos amistosos e incluso un número de entrenamientos poco útiles a ese nivel competitivo. Nunca lo sabremos. Su lesión nos recuerda que detrás de cada atleta, hay un enorme número de profesiones que vigilan y trabajan para él. No descuidemos el potencial de mejora también de todos ellos. En buena parte son responsables de éxitos y fracasos. Ojalá el curriculum y la preparación profesional y humana estuviesen pagadas como merecen, y nadie fuese conformista con su salario y su posición social, olvidando la formación y la determinación en sus decisiones. Entonces se podría disminuir el número de lesiones evitables, aunque permanezca intacto el de aquéllas casuales o de mala fortuna.

O quizá no se lesione nadie...

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No hace tanto de la especialización de los licenciados en INEF, ni la medicina deportiva lleva demasiados años, habida cuenta del desarrollo brutal técnico y físico que, en relación no siempre proporcional, han experimentado los jugadores. Éstos, son dirigidos por un entrenador que no siempre, más bien casi nunca, tiene conceptos de entrenamiento físico ni estudios al respecto, en estrecha colaboración y no siempre consensuada, con un experto en ejercicio físico cuyos conceptos de baloncesto son nulos o inexistentes, y dicho tándem, es vigilado desde no muy lejos por un médico que casi nunca sabe de baloncesto ni de ejercicio físico, y no siempre está especializado en medicina deportiva.

Mientras tanto, las sensaciones del jugador y sus opiniones sobre su estado físico y mental, son tenidas en cuenta, y algunos osados incluso incorporan un psicólogo en sus filas, que no sabe medicina, ni baloncesto, ni preparación física. Casi ninguno de todos ellos, en un deporte globalizado, habla decentemente el inglés, a pesar de que en nuestro país se exija hasta para funcionario de correos. Curioso.

Todo eso nos debería conducir a una primera reflexión. De todos ellos, los que cobran cantidades más descomunales en relación a su nivel de estudios y horas de formación son los entrenadores. ¿Se les debería exigir algo más de preparación? ¿Basta con rodearse de otros que deben suplir sus carencias? ¿Debemos caminar hacia el entrenador casi total? ¿Es esa combinación de profesionales sana y útil para el deporte? Y tengamos además en cuenta que el número de asistentes del coach principal se ha triplicado en los últimos años.

Todo ello aderezado con brutales intereses económicos de comités, clubes, jugadores, asociaciones, publicidad y televisión que marcan las pautas por encima de cualquier consejo lógico o profesional bien meditado. Amistosos excesivos e innecesarios, viajes largos y agotadores en busca de no se sabe qué propósito, exhibiciones, anuncios con horas de rodaje. Todo vale, lo que nos lleva a una segunda reflexión: ¿invertimos suficiente en ese millonario mundo de profesionalización deportiva, en innovación y desarrollo científico? Probablemente no. No todos los seleccionados tienen el mismo ritmo competitivo ni número de minutos, aunque en realidad entrenan todos por igual, disputan el mismo numero de partidos amistosos, viajan todos al unísono. Disparidad de criterios en tratamiento de lesiones, en tiempos de recuperación, en muchas otras cosas para las que, por desgracia, no hay un patrón uniforme ni disponemos de una medicina exacta.

¿Consideramos este Mundial como el final de una temporada o parte del comienzo de la siguiente? Porque de eso dependen el ritmo de entrenamientos y sus objetivos. ¿Forzamos al jugador a que vuelva prematuramente tras una lesión o somos conservadores? ¿Vendamos los tobillos siempre (casi 20% de lesiones en baloncesto son esguinces) o por el contrario fortalecemos los mismos y jugamos "a pelo”? Depende... ¿frío o calor en lesiones crónicas?, ¿reposo absoluto en fase aguda o discreto movimiento? ¿cuál es el tiempo ideal de reposo antes de cada partido?, ¿hay dietas especificas para el deportista o debe comer con normalidad como recomiendan algunos expertos?, ¿que tiempo debe durar un entrenamiento estándar?, ¿son necesarias series brutales de 1000 tiros para aprender a ser un buen lanzador? ¿Tiene sentido "concentrar" en un hotel a un jugador cuando juega en casa apartándole de su familia?

Son muchos criterios a convenir, mucha especialización, mucha información...

Paul George puede haber sido una simple víctima de la mala suerte o, por el contrario, de una planificación incoherente, unos entrenamientos excesivos, unos amistosos e incluso un número de entrenamientos poco útiles a ese nivel competitivo. Nunca lo sabremos. Su lesión nos recuerda que detrás de cada atleta, hay un enorme número de profesiones que vigilan y trabajan para él. No descuidemos el potencial de mejora también de todos ellos. En buena parte son responsables de éxitos y fracasos. Ojalá el curriculum y la preparación profesional y humana estuviesen pagadas como merecen, y nadie fuese conformista con su salario y su posición social, olvidando la formación y la determinación en sus decisiones. Entonces se podría disminuir el número de lesiones evitables, aunque permanezca intacto el de aquéllas casuales o de mala fortuna.

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Copa del Mundo 2014: De Paul George y otras lesiones, por Ernesto Fernández
BasketMe  | 28.08.2014 - 19:30h.
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Se desconoce el mecanismo exacto. Después de tantos y tantos años desde Naismith, superespecialistas entrelazados cabalgan hacia un lugar no siempre conocido llevando a lomos a deportistas profesionales.

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Mientras tanto, las sensaciones del jugador y sus opiniones sobre su estado físico y mental, son tenidas en cuenta, y algunos osados incluso incorporan un psicólogo en sus filas, que no sabe medicina, ni baloncesto, ni preparación física. Casi ninguno de todos ellos, en un deporte globalizado, habla decentemente el inglés, a pesar de que en nuestro país se exija hasta para funcionario de correos. Curioso.

Todo eso nos debería conducir a una primera reflexión. De todos ellos, los que cobran cantidades más descomunales en relación a su nivel de estudios y horas de formación son los entrenadores. ¿Se les debería exigir algo más de preparación? ¿Basta con rodearse de otros que deben suplir sus carencias? ¿Debemos caminar hacia el entrenador casi total? ¿Es esa combinación de profesionales sana y útil para el deporte? Y tengamos además en cuenta que el número de asistentes del coach principal se ha triplicado en los últimos años.

Todo ello aderezado con brutales intereses económicos de comités, clubes, jugadores, asociaciones, publicidad y televisión que marcan las pautas por encima de cualquier consejo lógico o profesional bien meditado. Amistosos excesivos e innecesarios, viajes largos y agotadores en busca de no se sabe qué propósito, exhibiciones, anuncios con horas de rodaje. Todo vale, lo que nos lleva a una segunda reflexión: ¿invertimos suficiente en ese millonario mundo de profesionalización deportiva, en innovación y desarrollo científico? Probablemente no. No todos los seleccionados tienen el mismo ritmo competitivo ni número de minutos, aunque en realidad entrenan todos por igual, disputan el mismo numero de partidos amistosos, viajan todos al unísono. Disparidad de criterios en tratamiento de lesiones, en tiempos de recuperación, en muchas otras cosas para las que, por desgracia, no hay un patrón uniforme ni disponemos de una medicina exacta.

¿Consideramos este Mundial como el final de una temporada o parte del comienzo de la siguiente? Porque de eso dependen el ritmo de entrenamientos y sus objetivos. ¿Forzamos al jugador a que vuelva prematuramente tras una lesión o somos conservadores? ¿Vendamos los tobillos siempre (casi 20% de lesiones en baloncesto son esguinces) o por el contrario fortalecemos los mismos y jugamos "a pelo”? Depende... ¿frío o calor en lesiones crónicas?, ¿reposo absoluto en fase aguda o discreto movimiento? ¿cuál es el tiempo ideal de reposo antes de cada partido?, ¿hay dietas especificas para el deportista o debe comer con normalidad como recomiendan algunos expertos?, ¿que tiempo debe durar un entrenamiento estándar?, ¿son necesarias series brutales de 1000 tiros para aprender a ser un buen lanzador? ¿Tiene sentido "concentrar" en un hotel a un jugador cuando juega en casa apartándole de su familia?

Son muchos criterios a convenir, mucha especialización, mucha información...

Paul George puede haber sido una simple víctima de la mala suerte o, por el contrario, de una planificación incoherente, unos entrenamientos excesivos, unos amistosos e incluso un número de entrenamientos poco útiles a ese nivel competitivo. Nunca lo sabremos. Su lesión nos recuerda que detrás de cada atleta, hay un enorme número de profesiones que vigilan y trabajan para él. No descuidemos el potencial de mejora también de todos ellos. En buena parte son responsables de éxitos y fracasos. Ojalá el curriculum y la preparación profesional y humana estuviesen pagadas como merecen, y nadie fuese conformista con su salario y su posición social, olvidando la formación y la determinación en sus decisiones. Entonces se podría disminuir el número de lesiones evitables, aunque permanezca intacto el de aquéllas casuales o de mala fortuna.

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por ERNESTO FERNÁNDEZ




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