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Afortunadamente, los últimos meses hemos sido testigos de un cambio de tono en las conversaciones entre ambos países que ha relajado el discurso y propiciado ciertas concesiones. Se trata de gestos conciliadores que ajustan los ánimos, pero que por el momento son sólo eso: gestos.

Toda la luz mediática ha ido centrándose en las continuas representaciones de potentes escenas de poder duro, político, salpicado de argumentos económicos, desafíos, algunos chorros de abundante petróleo del Golfo Pérsico, toneladas de armamento militar, tambores de guerra e incluso varios conflictos bélicos materializados.

Mientras tanto, por uno de los laterales de este terrible decorado, aparece en escena el baloncesto como actor secundario en el papel de poder suave o poder blando. "Soft Power", o "poder blando" es un término creado por Joseph Nye, reputado profesor e investigador estadounidense, que ocupó cargos de responsabilidad en la Administración Clinton. La del baloncesto, decía, no es una irrupción estelar ni efectista sino modesta, de reparto, pero llena de humanidad. El poder blando del baloncesto escapa al control de los gobiernos y genera entendimiento sin necesidad de contar con la contundencia del otro poder, el duro. El baloncesto emplea la palabra "rival" en lugar de la palabra “enemigo”; entiende que las presiones no van más allá de las defensas a todo campo en la cancha y establece los bloqueos con el único propósito de liberar jugadores. En el baloncesto las únicas alianzas que se crean son las que dibujan los entrenadores en sus pizarras; las sanciones impuestas son faltas personales y los únicos inspectores competentes para velar imparcialmente por el cumplimiento de unas reglas de juego, internacionalmente definidas y aprobadas, son los árbitros.

Gracias al poder blando del baloncesto podemos contar casos como el de Behdad Sami, jugador iraní que, usando el basket como herramienta, sorteó la rigidez y las tensiones de las políticas bilaterales Irán-Estados Unidos para convertirse en el primer iraní que competía profesionalmente en los Estados Unidos. El nivel de competición en donde lo hacía (una liga menor) es mera anécdota. El hecho relevante era otro: Behdad se había convertido aquel 2007 en un auténtico pionero. Sami marcaría otro hito años después, en 2010, al erigirse en el primer iraní en las ligas profesionales de Portugal (disputó la ProLiga, 2ª competición doméstica, con el Guifoes).

Siguiendo la hoja de ruta de Sami han ido materializándose nuevas historias como las de Hamed Haddadi (NBA) y Arsalam Kazemi (NCAA), mucho más prominentes en lo deportivo, pero con idéntico trasfondo personal de afán de superación, ambición por triunfar y ser reconocido dónde lo hacen los mejores, con independencia de banderas, religiones o ideologías.

Y hay más. En la misma liga universitaria de Estados Unidos hemos visto competir a chicos como Farbod Farman, pívot de 2,11 m en Hawaii Pacific (NCAA Div II) o Sooren Derboghosian, un 2.08 m que comenzó enrolándose en Community colleges, pasó de forma testimonial por el equipo de la Universidad de UCLA y, por último, jugará un año final en la Universidad de Drexel. No serán los últimos en llegar.

Pero este puente del baloncesto, tendido sobre las aguas bravas de la política, ha tenido siempre doble circulación. Permitió, en el año 2000, que el equipo nacional iraní, símbolo del país, fuese entrenado por un norteamericano, Gary LeMoine, y permite hoy que profesionales estadounidenses viajen a Irán cada temporada para enrolarse en alguno de los clubes que disputan la competición local (Super League), alguno de ellos con un cartel de gran estrella de la competición y ejerciendo de ídolo de unos aficionados locales que viven con gran pasión las evoluciones de sus equipos.

Entre esta legión foránea encontramos un caso con connotaciones muy especiales: Yonas Lalehzadeh. Nacido y criado en el sur de California, Lalehzadeh es hijo de iraníes y forma parte regularmente del equipo nacional iraní desde 2011. Lo hará también en el inminente campeonato mundial a celebrar en España.

Alero de 1,95 m y 25 años, se licenció en la Universidad de California Irvine en el año 2011. Durante su periplo NCAA nunca generó gran impacto en el equipo de los Anteaters, y desde entonces ha jugado en 2 equipos de la Super League: el Petrochimi durante su año rookie y el Sanaye en los últimos 2 años, donde ha sido el máximo anotador del equipo en la presente temporada, con un promedio de 18,7 puntos tras 19 partidos y ha compartido vestuario con el ex-ACB Mohamed Kone (Lucentum y GBC). Lalehzadeh, gran conocedor de ambas realidades, contaba en 2013, con motivo de una entrevista para el United States Institute of Peace que los deportes pueden trascender las diferencias políticas y que muchísimos jóvenes iraníes son fervientes seguidores de la NBA, que se las apañan para ver partidos a través de Internet, algo totalmente imposible en la televisión estatal.

En el ánimo de quién esto escribe no cabe la polémica, la discusión o el rechazo a las motivaciones que ambos Estados puedan tener para actuar como lo hacen. No busquen ningún posicionamiento encerrado. No lo hay. Tampoco se pretende pintar un panorama idílico o utópico en unos pocos trazos porque bien es sabido que tal cosa no le acerca a uno a la solución final y mucho menos, considerando la complejidad que entrañan las relaciones diplomáticas y lo enmarañado del contexto geopolítico en la zona desde los años 70. Sin embargo sí hay un explícito deseo de que el baloncesto pueda constituirse en una herramienta de diplomacia deportiva e intercambio cultural enriquecedor que contribuya a que, algún día, la normalización de relaciones entre Estados Unidos e Irán; entre Irán y el resto del mundo, sea una maravillosa realidad.

Como sostiene el profesor Joseph Nye, el poder blando puede tardar años en producir los resultados esperados, pero merece la pena esperar. Hay un gigantesco trabajo por delante. Pero el baloncesto es un deporte de gigantes, en estatura y espíritu. El mundo no puede perderse las maravillas que tiene que ofrecer la antigua Persia y sus 77 millones de iraníes no pueden seguir perdiéndose todas las cosas buenas que ocurren en una sociedad moderna, plural y cambiante, en su conjunto.

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por FERNANDO BLANC" /> DESCARGA GRATIS LA GUÍA BASKETME COPA DEL MUNDO 2014

Afortunadamente, los últimos meses hemos sido testigos de un cambio de tono en las conversaciones entre ambos países que ha relajado el discurso y propiciado ciertas concesiones. Se trata de gestos conciliadores que ajustan los ánimos, pero que por el momento son sólo eso: gestos.

Toda la luz mediática ha ido centrándose en las continuas representaciones de potentes escenas de poder duro, político, salpicado de argumentos económicos, desafíos, algunos chorros de abundante petróleo del Golfo Pérsico, toneladas de armamento militar, tambores de guerra e incluso varios conflictos bélicos materializados.

Mientras tanto, por uno de los laterales de este terrible decorado, aparece en escena el baloncesto como actor secundario en el papel de poder suave o poder blando. "Soft Power", o "poder blando" es un término creado por Joseph Nye, reputado profesor e investigador estadounidense, que ocupó cargos de responsabilidad en la Administración Clinton. La del baloncesto, decía, no es una irrupción estelar ni efectista sino modesta, de reparto, pero llena de humanidad. El poder blando del baloncesto escapa al control de los gobiernos y genera entendimiento sin necesidad de contar con la contundencia del otro poder, el duro. El baloncesto emplea la palabra "rival" en lugar de la palabra “enemigo”; entiende que las presiones no van más allá de las defensas a todo campo en la cancha y establece los bloqueos con el único propósito de liberar jugadores. En el baloncesto las únicas alianzas que se crean son las que dibujan los entrenadores en sus pizarras; las sanciones impuestas son faltas personales y los únicos inspectores competentes para velar imparcialmente por el cumplimiento de unas reglas de juego, internacionalmente definidas y aprobadas, son los árbitros.

Gracias al poder blando del baloncesto podemos contar casos como el de Behdad Sami, jugador iraní que, usando el basket como herramienta, sorteó la rigidez y las tensiones de las políticas bilaterales Irán-Estados Unidos para convertirse en el primer iraní que competía profesionalmente en los Estados Unidos. El nivel de competición en donde lo hacía (una liga menor) es mera anécdota. El hecho relevante era otro: Behdad se había convertido aquel 2007 en un auténtico pionero. Sami marcaría otro hito años después, en 2010, al erigirse en el primer iraní en las ligas profesionales de Portugal (disputó la ProLiga, 2ª competición doméstica, con el Guifoes).

Siguiendo la hoja de ruta de Sami han ido materializándose nuevas historias como las de Hamed Haddadi (NBA) y Arsalam Kazemi (NCAA), mucho más prominentes en lo deportivo, pero con idéntico trasfondo personal de afán de superación, ambición por triunfar y ser reconocido dónde lo hacen los mejores, con independencia de banderas, religiones o ideologías.

Y hay más. En la misma liga universitaria de Estados Unidos hemos visto competir a chicos como Farbod Farman, pívot de 2,11 m en Hawaii Pacific (NCAA Div II) o Sooren Derboghosian, un 2.08 m que comenzó enrolándose en Community colleges, pasó de forma testimonial por el equipo de la Universidad de UCLA y, por último, jugará un año final en la Universidad de Drexel. No serán los últimos en llegar.

Pero este puente del baloncesto, tendido sobre las aguas bravas de la política, ha tenido siempre doble circulación. Permitió, en el año 2000, que el equipo nacional iraní, símbolo del país, fuese entrenado por un norteamericano, Gary LeMoine, y permite hoy que profesionales estadounidenses viajen a Irán cada temporada para enrolarse en alguno de los clubes que disputan la competición local (Super League), alguno de ellos con un cartel de gran estrella de la competición y ejerciendo de ídolo de unos aficionados locales que viven con gran pasión las evoluciones de sus equipos.

Entre esta legión foránea encontramos un caso con connotaciones muy especiales: Yonas Lalehzadeh. Nacido y criado en el sur de California, Lalehzadeh es hijo de iraníes y forma parte regularmente del equipo nacional iraní desde 2011. Lo hará también en el inminente campeonato mundial a celebrar en España.

Alero de 1,95 m y 25 años, se licenció en la Universidad de California Irvine en el año 2011. Durante su periplo NCAA nunca generó gran impacto en el equipo de los Anteaters, y desde entonces ha jugado en 2 equipos de la Super League: el Petrochimi durante su año rookie y el Sanaye en los últimos 2 años, donde ha sido el máximo anotador del equipo en la presente temporada, con un promedio de 18,7 puntos tras 19 partidos y ha compartido vestuario con el ex-ACB Mohamed Kone (Lucentum y GBC). Lalehzadeh, gran conocedor de ambas realidades, contaba en 2013, con motivo de una entrevista para el United States Institute of Peace que los deportes pueden trascender las diferencias políticas y que muchísimos jóvenes iraníes son fervientes seguidores de la NBA, que se las apañan para ver partidos a través de Internet, algo totalmente imposible en la televisión estatal.

En el ánimo de quién esto escribe no cabe la polémica, la discusión o el rechazo a las motivaciones que ambos Estados puedan tener para actuar como lo hacen. No busquen ningún posicionamiento encerrado. No lo hay. Tampoco se pretende pintar un panorama idílico o utópico en unos pocos trazos porque bien es sabido que tal cosa no le acerca a uno a la solución final y mucho menos, considerando la complejidad que entrañan las relaciones diplomáticas y lo enmarañado del contexto geopolítico en la zona desde los años 70. Sin embargo sí hay un explícito deseo de que el baloncesto pueda constituirse en una herramienta de diplomacia deportiva e intercambio cultural enriquecedor que contribuya a que, algún día, la normalización de relaciones entre Estados Unidos e Irán; entre Irán y el resto del mundo, sea una maravillosa realidad.

Como sostiene el profesor Joseph Nye, el poder blando puede tardar años en producir los resultados esperados, pero merece la pena esperar. Hay un gigantesco trabajo por delante. Pero el baloncesto es un deporte de gigantes, en estatura y espíritu. El mundo no puede perderse las maravillas que tiene que ofrecer la antigua Persia y sus 77 millones de iraníes no pueden seguir perdiéndose todas las cosas buenas que ocurren en una sociedad moderna, plural y cambiante, en su conjunto.

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Copa del Mundo 2014: El baloncesto como poder blando, por Fernando Blanco
BasketMe  | 29.08.2014 - 18:12h.
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Si existe un país que durante las últimas décadas ha permanecido instalado en una permanente crisis diplomática de relaciones internacionales, que ha provocado recelo y temores entre gran parte de esa comunidad internacional y contra el que se ha impulsado un aislamiento económico y comercial severo y sin precedentes, indudablemente ese es Irán. Y si existe un país que ha ostentado históricamente un rol central en las cuestiones políticas en todo el ámbito mundial y, en particular, en aquellas relacionadas con esta república islámica, ese es Estados Unidos.

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Toda la luz mediática ha ido centrándose en las continuas representaciones de potentes escenas de poder duro, político, salpicado de argumentos económicos, desafíos, algunos chorros de abundante petróleo del Golfo Pérsico, toneladas de armamento militar, tambores de guerra e incluso varios conflictos bélicos materializados.

Mientras tanto, por uno de los laterales de este terrible decorado, aparece en escena el baloncesto como actor secundario en el papel de poder suave o poder blando. "Soft Power", o "poder blando" es un término creado por Joseph Nye, reputado profesor e investigador estadounidense, que ocupó cargos de responsabilidad en la Administración Clinton. La del baloncesto, decía, no es una irrupción estelar ni efectista sino modesta, de reparto, pero llena de humanidad. El poder blando del baloncesto escapa al control de los gobiernos y genera entendimiento sin necesidad de contar con la contundencia del otro poder, el duro. El baloncesto emplea la palabra "rival" en lugar de la palabra “enemigo”; entiende que las presiones no van más allá de las defensas a todo campo en la cancha y establece los bloqueos con el único propósito de liberar jugadores. En el baloncesto las únicas alianzas que se crean son las que dibujan los entrenadores en sus pizarras; las sanciones impuestas son faltas personales y los únicos inspectores competentes para velar imparcialmente por el cumplimiento de unas reglas de juego, internacionalmente definidas y aprobadas, son los árbitros.

Gracias al poder blando del baloncesto podemos contar casos como el de Behdad Sami, jugador iraní que, usando el basket como herramienta, sorteó la rigidez y las tensiones de las políticas bilaterales Irán-Estados Unidos para convertirse en el primer iraní que competía profesionalmente en los Estados Unidos. El nivel de competición en donde lo hacía (una liga menor) es mera anécdota. El hecho relevante era otro: Behdad se había convertido aquel 2007 en un auténtico pionero. Sami marcaría otro hito años después, en 2010, al erigirse en el primer iraní en las ligas profesionales de Portugal (disputó la ProLiga, 2ª competición doméstica, con el Guifoes).

Siguiendo la hoja de ruta de Sami han ido materializándose nuevas historias como las de Hamed Haddadi (NBA) y Arsalam Kazemi (NCAA), mucho más prominentes en lo deportivo, pero con idéntico trasfondo personal de afán de superación, ambición por triunfar y ser reconocido dónde lo hacen los mejores, con independencia de banderas, religiones o ideologías.

Y hay más. En la misma liga universitaria de Estados Unidos hemos visto competir a chicos como Farbod Farman, pívot de 2,11 m en Hawaii Pacific (NCAA Div II) o Sooren Derboghosian, un 2.08 m que comenzó enrolándose en Community colleges, pasó de forma testimonial por el equipo de la Universidad de UCLA y, por último, jugará un año final en la Universidad de Drexel. No serán los últimos en llegar.

Pero este puente del baloncesto, tendido sobre las aguas bravas de la política, ha tenido siempre doble circulación. Permitió, en el año 2000, que el equipo nacional iraní, símbolo del país, fuese entrenado por un norteamericano, Gary LeMoine, y permite hoy que profesionales estadounidenses viajen a Irán cada temporada para enrolarse en alguno de los clubes que disputan la competición local (Super League), alguno de ellos con un cartel de gran estrella de la competición y ejerciendo de ídolo de unos aficionados locales que viven con gran pasión las evoluciones de sus equipos.

Entre esta legión foránea encontramos un caso con connotaciones muy especiales: Yonas Lalehzadeh. Nacido y criado en el sur de California, Lalehzadeh es hijo de iraníes y forma parte regularmente del equipo nacional iraní desde 2011. Lo hará también en el inminente campeonato mundial a celebrar en España.

Alero de 1,95 m y 25 años, se licenció en la Universidad de California Irvine en el año 2011. Durante su periplo NCAA nunca generó gran impacto en el equipo de los Anteaters, y desde entonces ha jugado en 2 equipos de la Super League: el Petrochimi durante su año rookie y el Sanaye en los últimos 2 años, donde ha sido el máximo anotador del equipo en la presente temporada, con un promedio de 18,7 puntos tras 19 partidos y ha compartido vestuario con el ex-ACB Mohamed Kone (Lucentum y GBC). Lalehzadeh, gran conocedor de ambas realidades, contaba en 2013, con motivo de una entrevista para el United States Institute of Peace que los deportes pueden trascender las diferencias políticas y que muchísimos jóvenes iraníes son fervientes seguidores de la NBA, que se las apañan para ver partidos a través de Internet, algo totalmente imposible en la televisión estatal.

En el ánimo de quién esto escribe no cabe la polémica, la discusión o el rechazo a las motivaciones que ambos Estados puedan tener para actuar como lo hacen. No busquen ningún posicionamiento encerrado. No lo hay. Tampoco se pretende pintar un panorama idílico o utópico en unos pocos trazos porque bien es sabido que tal cosa no le acerca a uno a la solución final y mucho menos, considerando la complejidad que entrañan las relaciones diplomáticas y lo enmarañado del contexto geopolítico en la zona desde los años 70. Sin embargo sí hay un explícito deseo de que el baloncesto pueda constituirse en una herramienta de diplomacia deportiva e intercambio cultural enriquecedor que contribuya a que, algún día, la normalización de relaciones entre Estados Unidos e Irán; entre Irán y el resto del mundo, sea una maravillosa realidad.

Como sostiene el profesor Joseph Nye, el poder blando puede tardar años en producir los resultados esperados, pero merece la pena esperar. Hay un gigantesco trabajo por delante. Pero el baloncesto es un deporte de gigantes, en estatura y espíritu. El mundo no puede perderse las maravillas que tiene que ofrecer la antigua Persia y sus 77 millones de iraníes no pueden seguir perdiéndose todas las cosas buenas que ocurren en una sociedad moderna, plural y cambiante, en su conjunto.

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