Estacional. Caprichoso. El azar. Quizá. Predestinado. Lo cierto es que la situación a 2010, como decíamos en el encabezamiento, ha cambiado radicalmente. Durante otro verano, a 2009, Teodosic se detuvo a encender la luz al final del túnel en el que parecía inmerso. Un túnel pleno de falta en las convocatorias, amasijo de grada e ilusiones rotas. Dusan Ivkovic aseó la conducta que había seguido Panayotis Yannakis, jefe de Milos en Olympiacos. Convocó al inédito (durante aquella temporada) chico de Valjevo para ser su guía en el Europeo de Polonia. Sin dudar de los galones a entregar. Serbia iniciaba bajo la batuta de Ivkovic su particular vía crucis, en cuyo camino iría dejando personales resurrecciones. Teodosic cuajó un torneo sensacional. Lideró desde la pista a una Serbia que conocía bien, con varios jugadores entre los que ya se habían proclamado campeones en categorías inferiores, iniciando la lista con su inseparable Milenko Tepic. Juego exterior de oro fabricado en Belgrado, ciudad que unió al chico del Kolubara (a su paso por Valjevo) y al del Danubio (que baña Novi Sad), igual que la ciudad blanca eleva su Kalemegdan (de importantes connotaciones para el baloncesto) sobre el beso entre Sava y lo que ellos llaman Dunav. La medalla de plata obtenida en Polonia situaba a Serbia entre las cosas a ver en el Mundobasket que albergaba Turquía. No decepcionó su papel. Ni el de Serbia ni el de Milos Teodosic. La batalla desatada en el OAKA ateniense cuestionó la presencia del genial base en el torneo. Amor-odio, tal como bautizó su relación con Grecia. Finalmente la sanción por varios partidos le permitió jugar en tierras turcas.

El rango de Teodosic en 2010 era opuesto al del verano anterior. Milos había cuajado una fenomenal temporada en Olympiacos, proclamándose Mejor jugador de la Euroliga, devolviendo al club de El Pireo a la final de la máxima competición continental, y logrando cambiar la opinión de Yannakis sobre él. En el Mundobasket asentó lo mostrado, a nivel internacional, en Polonia. Jefe absoluto de una selección que Ivkovic ha dejado que recaiga sobre los hombros de Milos. Debutó tras la dura derrota encajada frente a Alemania y sus 19 puntos ante Australia y 16 ante Argentina sirvieron para que Serbia retomara el rumbo correcto. En Octavos ante Croacia estuvo realmente gris y allí tuvo que ser Rasic quien repescase a la plavi. Preludio. En Cuartos aguardaba España, quien evitó un nuevo enfrentamiento entre serbios y griegos. La selección española, adherida a la inmensa espalda de Pau Gasol, fue quien apartó a Teodosic del oro Europeo en categoría absoluta. Cumplida revancha. En un instante. El genial base estaba firmando otro irregular partido en el tiro (1/7 en t3) pero sí había colaborado decisivamente en la construcción de juego. Le dio tiempo a resucitar antes que la canción terminase. Un instante. Teodosic enjugó el partido en un puñado de segundos, eliminando a España con un certero tiro a distancia, su segundo triple del día en horrible serie. En las semifinales ante Turquía volvió a estar brillante, 13 puntos 11 asistencias, pero Serbia quedó eliminada en un partido que decidió Tunceri, y donde la actitud defensiva de Teodosic volvió a ser puesta a cuestión. Finalizaron el campeonato cuartos, con una generación que continua creciendo a nivel absoluto y que fija la cita de Londres, en 2012, como uno de los primeros escenarios donde su potencial pueda observarse en plenitud. Teodosic concluyó el torneo con promedios de 11,3 puntos-5,6 asistencias.


Hidayet Turkoglu. Es difícil en la poliédrica selección turca hacer referencia a una sola pieza de su conjunto. Dentro del trabajo, tan de autor, realizado por Bogdan Tanjevic cuesta distinguir nombres propios, características y actuaciones individualizadas. La fuerza del grupo conjuntado ha provocado que Turquía realizase un campeonato soberbio, cumpliendo con las obligaciones del anfitrión. Podemos hablar del carácter con el que Omer Onan armó a la selección otomana, ejerciendo su papel de veterano, con una línea de trabajo sólida salpicada de brillantes momentos ofensivos. También, como referente de aquella plata que Turquía coleccionó entre sus fronteras, Eurobasket de 2001, destacó Kerem Tunceri. Principal responsable de la dirección turca, Kerem mostró una determinación vital para resolver los momentos complicados que se le fueron presentando al equipo entrenado por Tanjevic. Fue el héroe de la intensa semifinal disputada frente a Serbia. A otro nivel, dada su evolución, margen de progresión y talento, tanto físico como técnico, debemos situar en un rol destacado a Ersan Ilyasova. Convertido en la nueva bandera del baloncesto turco, el jugador de los Bucks realizó un torneo sensacional, sólo aquejado de cierta línea descendente en su rendimiento, sensación de ir decreciendo a medida que el campeonato quemaba etapas. Actuaciones fantásticas, triples, intensidad, rebote, una versatilidad impropia en alguien de su tamaño, fue el hombre encargado de iniciar el sueño de la afición turca, quienes finalmente lo vieron hacerse realidad con la conquista de la medalla de plata, tan solo batidos por Estados Unidos.



Entre todos ellos terminó por sobresalir la figura de Hidayet Turkoglu. La gran enseña del baloncesto otomano durante la primera década del nuevo siglo cumplió su deseo de liderar a Turquía en su campeonato del mundo. Ya figura destacada en el torneo de 2001, Hedo supo cubrir el rol a desarrollar en esta joven Turquía y sin exceso de protagonismo logró liderar a sus compañeros. Haciendo estragos con su estatura y polivalencia en pista, Turkoglu fue aumentando su nivel a medida que el campeonato entraba en su fase decisiva. Tras una primera fase donde supo mantenerse en un plano secundario, fue a partir de los cruces, ya en Estambul, donde se observó el mejor nivel de la estrella turca. Los 20 puntos en Octavos ante Francia le sirvieron como base donde apoyar su paulatino crecimiento al frente de las operaciones de su equipo. Ante Eslovenia realizó un soberbio partido, firmando 10 puntos, 4 rebotes y 7 asistencias en tan solo 23 minutos de juego. Serbia y Estados Unidos recibieron ambos 16 puntos procedentes de la muñeca del alero. Hidayet terminó el campeonato con promedios de 12,3 puntos-4,2 rebotes-3,2 asistencias, que junto a la medalla de plata colgada al cuello terminan por completar un soberbio campeonato, acaso el más difícil, donde Turquía no podía fallar frente a sus aficionados. Turkoglu terminó por ser el jugador encargado de hacer brillar mediante su talento el sólido trabajo colectivo que ordenó Tanjevic y que sus hombres ejecutaron prácticamente a la perfección.


Linas Kleiza. El poderoso alero lituano acertó a transcribir, con pulso firme, el sueño lituano. El país báltico se desvive por la práctica baloncestística y en 2011 su deporte volverá a casa, con la celebración del Eurobasket en aquellas latitudes. La inauguración de nuevos templos en los que hacer vibrar a un país, las constantes esperanzas procedentes del trabajo con una cantera inagotable en cuanto a material humano…todo ello, motivos para la alegría enjugados en mil lágrimas, por la falta de rumbo y química que la selección lituana mostró en el Europeo de Polonia, ecos tan cercanos de un desastre. Lituania deshacía su equipo campeón de Europa en 2003, con Jasikevicius y Siskauskas no atendiendo a la llamada de la selección, y jugadores como Stombergas, Zukauskas o Macijauskas situados ya en otro estadio dentro de sus vidas. La cita de Polonia trajo consigo un nuevo cambio al frente de la dirección técnica, donde Kemzura sustituía a Butautas. Debían preparar la cita del Mundobasket’2010, en la que se habían colado por la puerta de atrás, y cuya invitación casi suponía un compromiso amargo. Otra muestra que pudiese hacer desesperar a la opinión pública lituana respecto a su combinado nacional. Convertido en causa de toda una Nación.



La selección que debía preparar Kemzura se presentaba ya problemática desde su punto de partida. Los hermanos Lavrinovic no iban a acudir a la cita turca, mermando el potencial interior de una Lituania que no iba sobrada de gente grande. Además se optaba por dejar fuera de la lista de 12 a la joven promesa Donatas Motiejunas, que había completado un año positivo en Benetton Treviso, dejando si cabe en mayor orfandad la faceta interior lituana. Todo ello empujaba al versátil Linas Kleiza a ocupar únicamente la posición de ala-pívot, compartida junto a Paulius Jankunas, mientras que Javtokas y Andriuskevicius serían los encargados de poner centímetros sobre el parquet. Delimitando el radio de acción que Kleiza debía cumplimentar Lituania encontró la llave que iba a abrir el Edén del Bósforo. Centrado, consciente de que el futuro lituano pasaba por sus manos, Linas iba a firmar un Mundobasket en categoría absoluta que evocó al realizado en inferiores. Superioridad insultante en la parcela ofensiva, donde no encontró excesiva oposición en sus defensores. Y un nivel de concentración sorprendente. Todos esperaron que Lituania diluyese sus opciones en la enésima “concatenación de errores” por parte de Kleiza pero este hecho no llegó hasta semifinales. Lituania firmó una excelente fase de grupos, y ya en los cruces Linas endosó 30 puntos a China y 17 a Argentina. Sólo en semifinales el extraordinario momento que atravesaba Kevin Durant, y su excepcional arranque de partido, fue capaz de sacar los demonios interiores de Kleiza. Cohibido, derrotado, el fortísimo jugador báltico perdió el pulso al campeonato, por 40 minutos. Y en semifinales. Hasta la fecha había hecho creer a una selección lituana que le había servido como fiel acompañante de su cualidad debatida entre talento y potencia. Regresó para conducir a los lituanos rumbo una medalla de bronce bautizada en gloria y necesidad. Kleiza anotó 33 puntos, capturó 7 rebotes y repartió 4 asistencias ante Serbia. Las dudas con las que Lituania llegaba a Turquía quedaban tatuadas en bronce. Escaparate sobre el que basar el futuro próximo, impaciente espera hasta la llegada del siguiente estío, época donde Europa y el baloncesto cambiarán el Bósforo por el Báltico.

Kevin Durant. Bastaría con describir un susurro. Rotundo. Delicado. La huella dejada por Kevin Durant en el Mundobasket de 2010 pasa a leyenda, en la interminable historia del campeonato, dentro de ese libro que dejamos coger polvo durante cuatro años, entre gigantes del Ayer. Podemos agotar la lista de adjetivos para loar lo que en definitiva resume su clase, talento, elegancia y fragilidad. Lo liviano de su figura, entre los componentes del equipo estadounidense, contrasta con la pesada carga que Durant arrastraba de cara a la cita mundialista. Coach K había edificado su equipo en torno a la capacidad ofensiva de Durant, concediéndole la posición de ala-pívot, acompañado por un quinteto de fisonomía ligera, con Lamar Odom ocupando posición de center. Un equipo capaz de volar sobre el parquet, facilitando una gran cantidad de posesiones y donde Durant pudiese desatar todo su caudal ofensivo. Simplemente quedaba por observar la respuesta de un jugador cuya trayectoria, condiciones, adaptación a un reto superior, constante superación de las barreras existentes, auguran un puesto en la memoria de la Liga norteamericana. La selección USA venía de una última presencia apabullante, en los Juegos de Beijing. Un equipo compuesto de las mejores piezas del concierto norteamericano que buscaba retomar la senda de dominio abandonada hacía ya 8 años, en Sydney’00. Tras los fracasos de Indianapolis, Atenas y Saitama, una flota de jugadores encabezada por Kobe Bryant, Lebron James y Dwayne Wade devolvía el oro a Estados Unidos. Quedaba saldar la vieja deuda que se acumulaba ya por tres ediciones del Mundobasket.



Estados Unidos había fracasado en sus intentos por hacerse con el cetro mundial en 1998 (lo disputaron jugadores ajenos a la NBA), 2002 y 2006. El ciclo del entrenador Krzyzewski tras reconquistar el oro olímpico afrontaba su segundo objetivo. Para ello presentaba una selección compuesta en su formación principal por representantes de la nueva generación, alejada de la seguridad que ofrecían en el concierto internacional la rotundidad de los nombres que componían la lista de Beijing. Los Derrick Rose, Russell Westbrook, Rudy Gay, Danny Granger, capitaneados por Kevin Durant eran los encargados para retornar con el oro al cuello. La indiscutible ascendencia de Durant sobre el grupo no tardó en ponerse de manifiesto. 22 puntos ante Eslovenia y 27+10 frente a Brasil, en el que resultaría ser el partido más difícil con el que USA se topó en Turquía. Sólo habíamos rascado en la superficie de lo que el fino alero estaba a punto de ofrecer. Una confianza y naturalidad asombrosas que le llevaron a ir aumentando su nivel a medida que avanzaba el torneo y nos acercábamos a su decisión final. 33 puntos ante Rusia, 38 ante Lituania enseñando la matrícula a Linas Kleiza, así como los 28 puntos que sirvieron para romper la final ante la selección anfitriona, y colgar el oro del cuello estadounidense. Durant terminó el torneo con promedios que ascendían a los 22,8 puntos-6,1 rebotes, tirando con un 63% de acierto en t2 y un 45% en t3. Cifras que escriben la doctrina dictada por, finalmente, el profeta que devolvió a Estados Unidos al primer escalón de un Mundobasket.

Luis Scola. Se cumplía la segunda jornada de un Mundobasket que no había hecho más que comenzar. En aquel quinteto llamábamos la atención sobre la figura de Luis Scola, quien había descosido a Australia con 31 puntos (11/19 t2). Rezaba un título poco atrevido a cerca de lo que se catalogaba como el penúltimo baile del pívot argentino en el campeonato, esperando actuaciones de mayor envergadura a la ya realizada. Poco atrevido dado que era una certeza conocer que Scola sería uno de los apellidos que llevaría el Mundial. La situación de Argentina, desprovista paulatinamente de elementos pertenecientes a una década prodigiosa, y el momento en que la trayectoria del pívot bonaerense arribaba al Bósforo hacía presagiar una actuación llamada a quebrar al olvido. A aquel partido frente al equipo australiano le siguieron 32 puntos a Angola, 30 a Jordania y 32 a Serbia. Era el hombre interior a seguir. Ya había puesto Europa a sus pies, y cuando hablamos de Luis Scola la extremidad inferior cobra otro significado, fantasía y ritmos incontrolables que brotan sobre la pintura, y había logrado ocupar un hueco importante en el firmamento NBA, con un suculento contrato ya firmado. Baloncesto sin fronteras, como su carrera, desde Ferro al Mundo.

Quizá ni el mejor escribano es capaz de describir lo que Luis Scola iba a enseñar, por si no había bastado su primera fase, en octavos de final. Argentina debía enfrentarse a Brasil, compañero deportivo del continente sudamericano, esta vez dirimir sus íntimas rencillas a través de los aros y las redes. El equipo brasileño había tenido problemas durante la preparación y había perdido a alguna de sus piezas principales, pero una vez en Turquía su nivel estaba siendo excelente, incluso planteando serios problemas a la intratable selección estadounidense. Argentina por su parte llegaba con una rotación corta que latía en dos válvulas, Delfino y Scola, y unos resultados que ofrecían ciertas dudas en las primeras fases. El partido respondió a lo esperado. Un cruce inseparable a la tensión inherente de irse a casa tras una derrota, una eliminatoria entre dos selecciones con piezas de un talento indiscutible. Yendo a lo particular Scola iba a enfrentarse a su hermano pequeño, a aquel coloso al que tanto había ayudado, con el que tanto había compartido en la capital alavesa, Tiago Splitter. El rubio MVP de la ACB había decidido firmar su aventura NBA, donde compartirá Estado, Texas, con Scola. Luis no tuvo reparos, disfrutó ofreciéndole la penúltima lección a Splitter. Y a Varejao. Nadie pudo hacerle frente. Cada instante lo convirtió en clásico, fiel a su muñeca y sus pies, a su inagotable imaginación tallada en parquet, convertida en rutina dentro de su experimentada carrera. 37 puntos, incluso a los que añadió un triple, 9 rebotes y 3 asistencias. Argentina continuaba viva en el campeonato.



En cuartos la sorprendente y física Lituania pasó factura al cansancio acumulado por la albiceleste, en un partido durísimo ante Brasil y donde solo seis de sus jugadores pasaron de los diez minutos jugados. Demasiada exigencia. Scola no existió y Argentina abandonaba la lucha por las medallas. Scola, exhausto, no existió. Trece puntos con una horrible serie de lanzamiento, dedos donde vivieron y murieron los suyos. Ya recuperado el aire terminó por asegurar la quinta posición de su selección firmando 22 puntos ante Rusia y 27 ante España. Finalizó el campeonato con 27 puntos de media, máximo anotador, y 8 rebotes. Cinco de sus nueve partidos por encima de los treinta puntos de anotación. 36 minutos de juego, 57% de acierto en tiro. Ese es el saldo numérico. En sensaciones para el espectador, tan complicadas de medir, la cifra se dispara. Luis Scola volvió a honrar al baloncesto en otro torneo FIBA cortado a medida de su fina figura. Verle sobre el parquet nunca llegará a cansar la vista de un espectador ávido de conocer el oficio, lo extraño de aquellos jugadores cuyos fundamentos sobrepasan cualquier medida física. Aute nos dejaría en la firma una reivindicación del espejismo que consiste en intentar ser uno mismo, ese viaje hacia la nada que consiste en la certeza de encontrar en su mirada la belleza. Sastre de lo sencillo.


Bogdan Tanjevic. Cuarenta años os contemplan. Es una pequeña adaptación de la sentencia que se le asigna a Napoleón Bonaparte durante su campaña en Egipto (Songez que du haut de ces monuments quarante siècles vous contemplent). Cuarenta años que encierran la trayectoria en los banquillos de Bogdan Tanjevic. Cuatro décadas que a duras penas pueden contener el reguero de conocimiento y aprendizaje que Tanjevic ha ofrecido al baloncesto europeo, desparramado en los confines del Viejo Continente. Situándonos sobre un enorme mapa, a modo de un extraño Risk, banderas con el rostro de Boscia se extienden como un vetusto imperio. Inicios con su primera aparición exitosa al máximo nivel, Copa de Europa dirigiendo al Bosna en 1979 frente a la estirpe varesina. Allí hizo coincidir su semblante con la poderosa irrupción de Mirza Delibasic. Triunfo deportivo, resultadismo ante el que nunca subyugó su infinita capacidad para trabajar con los talentos más jóvenes. Y es ahí donde su legado se nos torna infinito, lejos de la vitrina. Desde 1979 a la plata obtenida con Turquía en 2010 se conforma uno de los viajes con mayor interés en su estudio y detenimiento. Quizá por ello, la divina fortuna le concedió el resuello necesario a Tanjevic para no tener que renunciar a dirigir una selección que había estado tallando, cincel certero, durante un lustro. Una Turquía fabricada en el cuarto de anhelos y desesperos de un alquimista impaciente, consumido por su mal encarada sapiencia.

El proyecto se tambaleó. En varias ocasiones. Los Europeos de 2005 o 2007 cuestionaron lo acertado de mantener en el cargo al técnico balcánico. Era una carrera de fondo con la vista puesta en una nueva generación fabricada y puesta a punto fechada a 2010. El Mundobasket en Turquía, del baloncesto otomano. En 2009 la selección turca enseñó su potencial, realizando un extraordinario Eurobasket en Polonia, marchitado por la derrota en el cruce frente a Grecia, en un partido horrible. Una herida que, tras algunas declaraciones de Tanjevic durante este Mundobasket, vimos que aún sangraba. Durante la pasada temporada la gravedad de una enfermedad apartó a Tanjevic del banquillo que dirigía, el del Fenerbahçe. Parecía que su carrera ponía amargo punto final, tan cerca de la orilla soñada, el verano de 2010 bañado por el Bósforo. Se recompuso, el destino le concedió una tregua y no dudó en retomar las riendas de su grupo. Aquel compuesto por alguno de los integrantes de la plata europea de 2001, Tunceri-Turkoglu-Onan, junto a la generación de Ilyasova-Savas-Erden-Asik-Akyol. A dos velocidades. Funcionó el plan de viaje. Casi a la perfección puesto que Turquía volvió a subirse al segundo escalón del pódium. En su Europeo cayó derrotada por la otrora dominadora Serbia, y aquí, de nuevo ante los suyos, por la mayor potencia baloncestística en el planeta basket, Estados Unidos. El trabajo turco enseñó su cara más completa. Orgullo para cualquier entrenador. Kerem Tunceri, Ersan Ilyasova o Hidayet Turkoglu resultaron hombres clave en alguno de los partidos que compusieron el calendario de Turquía. Omer Onan ejerció a la perfección su labor de veterano, nexo de unión entre entrenador y vestuario, mientras que el joven juego interior supo alternar roles, protagonismo, y edificar una defensa sólida de la pintura otomana. Máxima expresión de la concentración y emotividad, reflejada detrás de una incansable afición. Plata de ley.



Caro, Boscia; Me resulta complicado, casi increíble, escribir alrededor de tu posible retirada definitiva, dejando huérfanos los banquillos. Tantos instantes de baloncesto europeo, tantos jugadores que, con mimo, mostraste al espectador. Nando Gentile y Vincenzo Esposito fueron casi pioneros de la cantera italiana que se desarrollaba al Sur del país, acostumbrado el Norte a su papel exclusivo de productor. Luego llegaste a una tierra tan distinta a Caserta, tan cercana a tus Balcanes, Trieste, y compusiste un extraño equipo junior donde Gregor Fucka y Alessandro De Pol no tardaron en alcanzar la elite, a medida que terminaba por formarse un tal Dejan Bodiroga. El último scudetto de la titulada Olimpia Milano lleva tu firma, y han pasado ya casi 15 años. Fiel a tu venerable legado, a tu familia, aquella Stefanel la dirigía en pista Gentile, y acompañando a Bodiroga en los flancos se encontraba Rolando Blackman, tu asistente en este Mundobasket’2010. Siempre un nexo de unión. Tras tu paso a nivel de club desarrollaste un programa similar con la Nazionale. De cara al Mundial de Atenas, en 1998, hiciste debutar en un concurso internacional a jugadores como Basile, Pozzeco, Andrea Meneghin, Chiacig o De Pol, base del posterior Eurobasket conquistado en 1999, y presentes algunos de ellos (también Giacomo Galanda) en la plata de Atenas’2004. Viejo sabio, siempre un paso por delante. Yugoslavia, Italia y como tercer hogar Turquía, sin menospreciar tus experiencias en Francia. Allí concluyes tu obra con la consecución de la plata mundialista, y dejas un extraordinario grupo de jugadores jóvenes a través de los que dibujar nuevos retos. Con ellos has disfrutado lo indecible, dándoles forma, permitiéndote alternar su infinita amalgama de condiciones físicas en busca del quinteto más difícil. Parece mentira que aceptar el cargo de director deportivo en Roma pueda alejarte de un banquillo donde hace escasos días te hemos visto sufrir, extenuarte en defensa, flexionado, junto a los tuyos. Parte ya de esa gran familia. Tanta energía encerrada en ese diminuto cuerpo. Al menos desde ese puesto directivo en Roma no perderemos tu sabiduría del todo, baste con observar las múltiples conexiones que dejas tras de ti, siempre llegando, sin terminar de irte del todo. Durante tu carrera repetiste una frase que indicaba como el talento, al igual que una pierna más corta, es algo que se ve venir de lejos. No es algo tan sencillo para el común de los mortales, no ya detectarlo sino darle forma y apostar por él. Siempre hubo magia en tu huidiza mirada negra. El reflejo de tu ausencia comenzará a delimitarnos la sombra del placer. El adiós, una carta tuya que el baloncesto guardará en lo más hondo su corazón. " />

Estacional. Caprichoso. El azar. Quizá. Predestinado. Lo cierto es que la situación a 2010, como decíamos en el encabezamiento, ha cambiado radicalmente. Durante otro verano, a 2009, Teodosic se detuvo a encender la luz al final del túnel en el que parecía inmerso. Un túnel pleno de falta en las convocatorias, amasijo de grada e ilusiones rotas. Dusan Ivkovic aseó la conducta que había seguido Panayotis Yannakis, jefe de Milos en Olympiacos. Convocó al inédito (durante aquella temporada) chico de Valjevo para ser su guía en el Europeo de Polonia. Sin dudar de los galones a entregar. Serbia iniciaba bajo la batuta de Ivkovic su particular vía crucis, en cuyo camino iría dejando personales resurrecciones. Teodosic cuajó un torneo sensacional. Lideró desde la pista a una Serbia que conocía bien, con varios jugadores entre los que ya se habían proclamado campeones en categorías inferiores, iniciando la lista con su inseparable Milenko Tepic. Juego exterior de oro fabricado en Belgrado, ciudad que unió al chico del Kolubara (a su paso por Valjevo) y al del Danubio (que baña Novi Sad), igual que la ciudad blanca eleva su Kalemegdan (de importantes connotaciones para el baloncesto) sobre el beso entre Sava y lo que ellos llaman Dunav. La medalla de plata obtenida en Polonia situaba a Serbia entre las cosas a ver en el Mundobasket que albergaba Turquía. No decepcionó su papel. Ni el de Serbia ni el de Milos Teodosic. La batalla desatada en el OAKA ateniense cuestionó la presencia del genial base en el torneo. Amor-odio, tal como bautizó su relación con Grecia. Finalmente la sanción por varios partidos le permitió jugar en tierras turcas.

El rango de Teodosic en 2010 era opuesto al del verano anterior. Milos había cuajado una fenomenal temporada en Olympiacos, proclamándose Mejor jugador de la Euroliga, devolviendo al club de El Pireo a la final de la máxima competición continental, y logrando cambiar la opinión de Yannakis sobre él. En el Mundobasket asentó lo mostrado, a nivel internacional, en Polonia. Jefe absoluto de una selección que Ivkovic ha dejado que recaiga sobre los hombros de Milos. Debutó tras la dura derrota encajada frente a Alemania y sus 19 puntos ante Australia y 16 ante Argentina sirvieron para que Serbia retomara el rumbo correcto. En Octavos ante Croacia estuvo realmente gris y allí tuvo que ser Rasic quien repescase a la plavi. Preludio. En Cuartos aguardaba España, quien evitó un nuevo enfrentamiento entre serbios y griegos. La selección española, adherida a la inmensa espalda de Pau Gasol, fue quien apartó a Teodosic del oro Europeo en categoría absoluta. Cumplida revancha. En un instante. El genial base estaba firmando otro irregular partido en el tiro (1/7 en t3) pero sí había colaborado decisivamente en la construcción de juego. Le dio tiempo a resucitar antes que la canción terminase. Un instante. Teodosic enjugó el partido en un puñado de segundos, eliminando a España con un certero tiro a distancia, su segundo triple del día en horrible serie. En las semifinales ante Turquía volvió a estar brillante, 13 puntos 11 asistencias, pero Serbia quedó eliminada en un partido que decidió Tunceri, y donde la actitud defensiva de Teodosic volvió a ser puesta a cuestión. Finalizaron el campeonato cuartos, con una generación que continua creciendo a nivel absoluto y que fija la cita de Londres, en 2012, como uno de los primeros escenarios donde su potencial pueda observarse en plenitud. Teodosic concluyó el torneo con promedios de 11,3 puntos-5,6 asistencias.


Hidayet Turkoglu. Es difícil en la poliédrica selección turca hacer referencia a una sola pieza de su conjunto. Dentro del trabajo, tan de autor, realizado por Bogdan Tanjevic cuesta distinguir nombres propios, características y actuaciones individualizadas. La fuerza del grupo conjuntado ha provocado que Turquía realizase un campeonato soberbio, cumpliendo con las obligaciones del anfitrión. Podemos hablar del carácter con el que Omer Onan armó a la selección otomana, ejerciendo su papel de veterano, con una línea de trabajo sólida salpicada de brillantes momentos ofensivos. También, como referente de aquella plata que Turquía coleccionó entre sus fronteras, Eurobasket de 2001, destacó Kerem Tunceri. Principal responsable de la dirección turca, Kerem mostró una determinación vital para resolver los momentos complicados que se le fueron presentando al equipo entrenado por Tanjevic. Fue el héroe de la intensa semifinal disputada frente a Serbia. A otro nivel, dada su evolución, margen de progresión y talento, tanto físico como técnico, debemos situar en un rol destacado a Ersan Ilyasova. Convertido en la nueva bandera del baloncesto turco, el jugador de los Bucks realizó un torneo sensacional, sólo aquejado de cierta línea descendente en su rendimiento, sensación de ir decreciendo a medida que el campeonato quemaba etapas. Actuaciones fantásticas, triples, intensidad, rebote, una versatilidad impropia en alguien de su tamaño, fue el hombre encargado de iniciar el sueño de la afición turca, quienes finalmente lo vieron hacerse realidad con la conquista de la medalla de plata, tan solo batidos por Estados Unidos.



Entre todos ellos terminó por sobresalir la figura de Hidayet Turkoglu. La gran enseña del baloncesto otomano durante la primera década del nuevo siglo cumplió su deseo de liderar a Turquía en su campeonato del mundo. Ya figura destacada en el torneo de 2001, Hedo supo cubrir el rol a desarrollar en esta joven Turquía y sin exceso de protagonismo logró liderar a sus compañeros. Haciendo estragos con su estatura y polivalencia en pista, Turkoglu fue aumentando su nivel a medida que el campeonato entraba en su fase decisiva. Tras una primera fase donde supo mantenerse en un plano secundario, fue a partir de los cruces, ya en Estambul, donde se observó el mejor nivel de la estrella turca. Los 20 puntos en Octavos ante Francia le sirvieron como base donde apoyar su paulatino crecimiento al frente de las operaciones de su equipo. Ante Eslovenia realizó un soberbio partido, firmando 10 puntos, 4 rebotes y 7 asistencias en tan solo 23 minutos de juego. Serbia y Estados Unidos recibieron ambos 16 puntos procedentes de la muñeca del alero. Hidayet terminó el campeonato con promedios de 12,3 puntos-4,2 rebotes-3,2 asistencias, que junto a la medalla de plata colgada al cuello terminan por completar un soberbio campeonato, acaso el más difícil, donde Turquía no podía fallar frente a sus aficionados. Turkoglu terminó por ser el jugador encargado de hacer brillar mediante su talento el sólido trabajo colectivo que ordenó Tanjevic y que sus hombres ejecutaron prácticamente a la perfección.


Linas Kleiza. El poderoso alero lituano acertó a transcribir, con pulso firme, el sueño lituano. El país báltico se desvive por la práctica baloncestística y en 2011 su deporte volverá a casa, con la celebración del Eurobasket en aquellas latitudes. La inauguración de nuevos templos en los que hacer vibrar a un país, las constantes esperanzas procedentes del trabajo con una cantera inagotable en cuanto a material humano…todo ello, motivos para la alegría enjugados en mil lágrimas, por la falta de rumbo y química que la selección lituana mostró en el Europeo de Polonia, ecos tan cercanos de un desastre. Lituania deshacía su equipo campeón de Europa en 2003, con Jasikevicius y Siskauskas no atendiendo a la llamada de la selección, y jugadores como Stombergas, Zukauskas o Macijauskas situados ya en otro estadio dentro de sus vidas. La cita de Polonia trajo consigo un nuevo cambio al frente de la dirección técnica, donde Kemzura sustituía a Butautas. Debían preparar la cita del Mundobasket’2010, en la que se habían colado por la puerta de atrás, y cuya invitación casi suponía un compromiso amargo. Otra muestra que pudiese hacer desesperar a la opinión pública lituana respecto a su combinado nacional. Convertido en causa de toda una Nación.



La selección que debía preparar Kemzura se presentaba ya problemática desde su punto de partida. Los hermanos Lavrinovic no iban a acudir a la cita turca, mermando el potencial interior de una Lituania que no iba sobrada de gente grande. Además se optaba por dejar fuera de la lista de 12 a la joven promesa Donatas Motiejunas, que había completado un año positivo en Benetton Treviso, dejando si cabe en mayor orfandad la faceta interior lituana. Todo ello empujaba al versátil Linas Kleiza a ocupar únicamente la posición de ala-pívot, compartida junto a Paulius Jankunas, mientras que Javtokas y Andriuskevicius serían los encargados de poner centímetros sobre el parquet. Delimitando el radio de acción que Kleiza debía cumplimentar Lituania encontró la llave que iba a abrir el Edén del Bósforo. Centrado, consciente de que el futuro lituano pasaba por sus manos, Linas iba a firmar un Mundobasket en categoría absoluta que evocó al realizado en inferiores. Superioridad insultante en la parcela ofensiva, donde no encontró excesiva oposición en sus defensores. Y un nivel de concentración sorprendente. Todos esperaron que Lituania diluyese sus opciones en la enésima “concatenación de errores” por parte de Kleiza pero este hecho no llegó hasta semifinales. Lituania firmó una excelente fase de grupos, y ya en los cruces Linas endosó 30 puntos a China y 17 a Argentina. Sólo en semifinales el extraordinario momento que atravesaba Kevin Durant, y su excepcional arranque de partido, fue capaz de sacar los demonios interiores de Kleiza. Cohibido, derrotado, el fortísimo jugador báltico perdió el pulso al campeonato, por 40 minutos. Y en semifinales. Hasta la fecha había hecho creer a una selección lituana que le había servido como fiel acompañante de su cualidad debatida entre talento y potencia. Regresó para conducir a los lituanos rumbo una medalla de bronce bautizada en gloria y necesidad. Kleiza anotó 33 puntos, capturó 7 rebotes y repartió 4 asistencias ante Serbia. Las dudas con las que Lituania llegaba a Turquía quedaban tatuadas en bronce. Escaparate sobre el que basar el futuro próximo, impaciente espera hasta la llegada del siguiente estío, época donde Europa y el baloncesto cambiarán el Bósforo por el Báltico.

Kevin Durant. Bastaría con describir un susurro. Rotundo. Delicado. La huella dejada por Kevin Durant en el Mundobasket de 2010 pasa a leyenda, en la interminable historia del campeonato, dentro de ese libro que dejamos coger polvo durante cuatro años, entre gigantes del Ayer. Podemos agotar la lista de adjetivos para loar lo que en definitiva resume su clase, talento, elegancia y fragilidad. Lo liviano de su figura, entre los componentes del equipo estadounidense, contrasta con la pesada carga que Durant arrastraba de cara a la cita mundialista. Coach K había edificado su equipo en torno a la capacidad ofensiva de Durant, concediéndole la posición de ala-pívot, acompañado por un quinteto de fisonomía ligera, con Lamar Odom ocupando posición de center. Un equipo capaz de volar sobre el parquet, facilitando una gran cantidad de posesiones y donde Durant pudiese desatar todo su caudal ofensivo. Simplemente quedaba por observar la respuesta de un jugador cuya trayectoria, condiciones, adaptación a un reto superior, constante superación de las barreras existentes, auguran un puesto en la memoria de la Liga norteamericana. La selección USA venía de una última presencia apabullante, en los Juegos de Beijing. Un equipo compuesto de las mejores piezas del concierto norteamericano que buscaba retomar la senda de dominio abandonada hacía ya 8 años, en Sydney’00. Tras los fracasos de Indianapolis, Atenas y Saitama, una flota de jugadores encabezada por Kobe Bryant, Lebron James y Dwayne Wade devolvía el oro a Estados Unidos. Quedaba saldar la vieja deuda que se acumulaba ya por tres ediciones del Mundobasket.



Estados Unidos había fracasado en sus intentos por hacerse con el cetro mundial en 1998 (lo disputaron jugadores ajenos a la NBA), 2002 y 2006. El ciclo del entrenador Krzyzewski tras reconquistar el oro olímpico afrontaba su segundo objetivo. Para ello presentaba una selección compuesta en su formación principal por representantes de la nueva generación, alejada de la seguridad que ofrecían en el concierto internacional la rotundidad de los nombres que componían la lista de Beijing. Los Derrick Rose, Russell Westbrook, Rudy Gay, Danny Granger, capitaneados por Kevin Durant eran los encargados para retornar con el oro al cuello. La indiscutible ascendencia de Durant sobre el grupo no tardó en ponerse de manifiesto. 22 puntos ante Eslovenia y 27+10 frente a Brasil, en el que resultaría ser el partido más difícil con el que USA se topó en Turquía. Sólo habíamos rascado en la superficie de lo que el fino alero estaba a punto de ofrecer. Una confianza y naturalidad asombrosas que le llevaron a ir aumentando su nivel a medida que avanzaba el torneo y nos acercábamos a su decisión final. 33 puntos ante Rusia, 38 ante Lituania enseñando la matrícula a Linas Kleiza, así como los 28 puntos que sirvieron para romper la final ante la selección anfitriona, y colgar el oro del cuello estadounidense. Durant terminó el torneo con promedios que ascendían a los 22,8 puntos-6,1 rebotes, tirando con un 63% de acierto en t2 y un 45% en t3. Cifras que escriben la doctrina dictada por, finalmente, el profeta que devolvió a Estados Unidos al primer escalón de un Mundobasket.

Luis Scola. Se cumplía la segunda jornada de un Mundobasket que no había hecho más que comenzar. En aquel quinteto llamábamos la atención sobre la figura de Luis Scola, quien había descosido a Australia con 31 puntos (11/19 t2). Rezaba un título poco atrevido a cerca de lo que se catalogaba como el penúltimo baile del pívot argentino en el campeonato, esperando actuaciones de mayor envergadura a la ya realizada. Poco atrevido dado que era una certeza conocer que Scola sería uno de los apellidos que llevaría el Mundial. La situación de Argentina, desprovista paulatinamente de elementos pertenecientes a una década prodigiosa, y el momento en que la trayectoria del pívot bonaerense arribaba al Bósforo hacía presagiar una actuación llamada a quebrar al olvido. A aquel partido frente al equipo australiano le siguieron 32 puntos a Angola, 30 a Jordania y 32 a Serbia. Era el hombre interior a seguir. Ya había puesto Europa a sus pies, y cuando hablamos de Luis Scola la extremidad inferior cobra otro significado, fantasía y ritmos incontrolables que brotan sobre la pintura, y había logrado ocupar un hueco importante en el firmamento NBA, con un suculento contrato ya firmado. Baloncesto sin fronteras, como su carrera, desde Ferro al Mundo.

Quizá ni el mejor escribano es capaz de describir lo que Luis Scola iba a enseñar, por si no había bastado su primera fase, en octavos de final. Argentina debía enfrentarse a Brasil, compañero deportivo del continente sudamericano, esta vez dirimir sus íntimas rencillas a través de los aros y las redes. El equipo brasileño había tenido problemas durante la preparación y había perdido a alguna de sus piezas principales, pero una vez en Turquía su nivel estaba siendo excelente, incluso planteando serios problemas a la intratable selección estadounidense. Argentina por su parte llegaba con una rotación corta que latía en dos válvulas, Delfino y Scola, y unos resultados que ofrecían ciertas dudas en las primeras fases. El partido respondió a lo esperado. Un cruce inseparable a la tensión inherente de irse a casa tras una derrota, una eliminatoria entre dos selecciones con piezas de un talento indiscutible. Yendo a lo particular Scola iba a enfrentarse a su hermano pequeño, a aquel coloso al que tanto había ayudado, con el que tanto había compartido en la capital alavesa, Tiago Splitter. El rubio MVP de la ACB había decidido firmar su aventura NBA, donde compartirá Estado, Texas, con Scola. Luis no tuvo reparos, disfrutó ofreciéndole la penúltima lección a Splitter. Y a Varejao. Nadie pudo hacerle frente. Cada instante lo convirtió en clásico, fiel a su muñeca y sus pies, a su inagotable imaginación tallada en parquet, convertida en rutina dentro de su experimentada carrera. 37 puntos, incluso a los que añadió un triple, 9 rebotes y 3 asistencias. Argentina continuaba viva en el campeonato.



En cuartos la sorprendente y física Lituania pasó factura al cansancio acumulado por la albiceleste, en un partido durísimo ante Brasil y donde solo seis de sus jugadores pasaron de los diez minutos jugados. Demasiada exigencia. Scola no existió y Argentina abandonaba la lucha por las medallas. Scola, exhausto, no existió. Trece puntos con una horrible serie de lanzamiento, dedos donde vivieron y murieron los suyos. Ya recuperado el aire terminó por asegurar la quinta posición de su selección firmando 22 puntos ante Rusia y 27 ante España. Finalizó el campeonato con 27 puntos de media, máximo anotador, y 8 rebotes. Cinco de sus nueve partidos por encima de los treinta puntos de anotación. 36 minutos de juego, 57% de acierto en tiro. Ese es el saldo numérico. En sensaciones para el espectador, tan complicadas de medir, la cifra se dispara. Luis Scola volvió a honrar al baloncesto en otro torneo FIBA cortado a medida de su fina figura. Verle sobre el parquet nunca llegará a cansar la vista de un espectador ávido de conocer el oficio, lo extraño de aquellos jugadores cuyos fundamentos sobrepasan cualquier medida física. Aute nos dejaría en la firma una reivindicación del espejismo que consiste en intentar ser uno mismo, ese viaje hacia la nada que consiste en la certeza de encontrar en su mirada la belleza. Sastre de lo sencillo.


Bogdan Tanjevic. Cuarenta años os contemplan. Es una pequeña adaptación de la sentencia que se le asigna a Napoleón Bonaparte durante su campaña en Egipto (Songez que du haut de ces monuments quarante siècles vous contemplent). Cuarenta años que encierran la trayectoria en los banquillos de Bogdan Tanjevic. Cuatro décadas que a duras penas pueden contener el reguero de conocimiento y aprendizaje que Tanjevic ha ofrecido al baloncesto europeo, desparramado en los confines del Viejo Continente. Situándonos sobre un enorme mapa, a modo de un extraño Risk, banderas con el rostro de Boscia se extienden como un vetusto imperio. Inicios con su primera aparición exitosa al máximo nivel, Copa de Europa dirigiendo al Bosna en 1979 frente a la estirpe varesina. Allí hizo coincidir su semblante con la poderosa irrupción de Mirza Delibasic. Triunfo deportivo, resultadismo ante el que nunca subyugó su infinita capacidad para trabajar con los talentos más jóvenes. Y es ahí donde su legado se nos torna infinito, lejos de la vitrina. Desde 1979 a la plata obtenida con Turquía en 2010 se conforma uno de los viajes con mayor interés en su estudio y detenimiento. Quizá por ello, la divina fortuna le concedió el resuello necesario a Tanjevic para no tener que renunciar a dirigir una selección que había estado tallando, cincel certero, durante un lustro. Una Turquía fabricada en el cuarto de anhelos y desesperos de un alquimista impaciente, consumido por su mal encarada sapiencia.

El proyecto se tambaleó. En varias ocasiones. Los Europeos de 2005 o 2007 cuestionaron lo acertado de mantener en el cargo al técnico balcánico. Era una carrera de fondo con la vista puesta en una nueva generación fabricada y puesta a punto fechada a 2010. El Mundobasket en Turquía, del baloncesto otomano. En 2009 la selección turca enseñó su potencial, realizando un extraordinario Eurobasket en Polonia, marchitado por la derrota en el cruce frente a Grecia, en un partido horrible. Una herida que, tras algunas declaraciones de Tanjevic durante este Mundobasket, vimos que aún sangraba. Durante la pasada temporada la gravedad de una enfermedad apartó a Tanjevic del banquillo que dirigía, el del Fenerbahçe. Parecía que su carrera ponía amargo punto final, tan cerca de la orilla soñada, el verano de 2010 bañado por el Bósforo. Se recompuso, el destino le concedió una tregua y no dudó en retomar las riendas de su grupo. Aquel compuesto por alguno de los integrantes de la plata europea de 2001, Tunceri-Turkoglu-Onan, junto a la generación de Ilyasova-Savas-Erden-Asik-Akyol. A dos velocidades. Funcionó el plan de viaje. Casi a la perfección puesto que Turquía volvió a subirse al segundo escalón del pódium. En su Europeo cayó derrotada por la otrora dominadora Serbia, y aquí, de nuevo ante los suyos, por la mayor potencia baloncestística en el planeta basket, Estados Unidos. El trabajo turco enseñó su cara más completa. Orgullo para cualquier entrenador. Kerem Tunceri, Ersan Ilyasova o Hidayet Turkoglu resultaron hombres clave en alguno de los partidos que compusieron el calendario de Turquía. Omer Onan ejerció a la perfección su labor de veterano, nexo de unión entre entrenador y vestuario, mientras que el joven juego interior supo alternar roles, protagonismo, y edificar una defensa sólida de la pintura otomana. Máxima expresión de la concentración y emotividad, reflejada detrás de una incansable afición. Plata de ley.



Caro, Boscia; Me resulta complicado, casi increíble, escribir alrededor de tu posible retirada definitiva, dejando huérfanos los banquillos. Tantos instantes de baloncesto europeo, tantos jugadores que, con mimo, mostraste al espectador. Nando Gentile y Vincenzo Esposito fueron casi pioneros de la cantera italiana que se desarrollaba al Sur del país, acostumbrado el Norte a su papel exclusivo de productor. Luego llegaste a una tierra tan distinta a Caserta, tan cercana a tus Balcanes, Trieste, y compusiste un extraño equipo junior donde Gregor Fucka y Alessandro De Pol no tardaron en alcanzar la elite, a medida que terminaba por formarse un tal Dejan Bodiroga. El último scudetto de la titulada Olimpia Milano lleva tu firma, y han pasado ya casi 15 años. Fiel a tu venerable legado, a tu familia, aquella Stefanel la dirigía en pista Gentile, y acompañando a Bodiroga en los flancos se encontraba Rolando Blackman, tu asistente en este Mundobasket’2010. Siempre un nexo de unión. Tras tu paso a nivel de club desarrollaste un programa similar con la Nazionale. De cara al Mundial de Atenas, en 1998, hiciste debutar en un concurso internacional a jugadores como Basile, Pozzeco, Andrea Meneghin, Chiacig o De Pol, base del posterior Eurobasket conquistado en 1999, y presentes algunos de ellos (también Giacomo Galanda) en la plata de Atenas’2004. Viejo sabio, siempre un paso por delante. Yugoslavia, Italia y como tercer hogar Turquía, sin menospreciar tus experiencias en Francia. Allí concluyes tu obra con la consecución de la plata mundialista, y dejas un extraordinario grupo de jugadores jóvenes a través de los que dibujar nuevos retos. Con ellos has disfrutado lo indecible, dándoles forma, permitiéndote alternar su infinita amalgama de condiciones físicas en busca del quinteto más difícil. Parece mentira que aceptar el cargo de director deportivo en Roma pueda alejarte de un banquillo donde hace escasos días te hemos visto sufrir, extenuarte en defensa, flexionado, junto a los tuyos. Parte ya de esa gran familia. Tanta energía encerrada en ese diminuto cuerpo. Al menos desde ese puesto directivo en Roma no perderemos tu sabiduría del todo, baste con observar las múltiples conexiones que dejas tras de ti, siempre llegando, sin terminar de irte del todo. Durante tu carrera repetiste una frase que indicaba como el talento, al igual que una pierna más corta, es algo que se ve venir de lejos. No es algo tan sencillo para el común de los mortales, no ya detectarlo sino darle forma y apostar por él. Siempre hubo magia en tu huidiza mirada negra. El reflejo de tu ausencia comenzará a delimitarnos la sombra del placer. El adiós, una carta tuya que el baloncesto guardará en lo más hondo su corazón. " data-page-subject="true" />
 
 
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El Quinteto Basketme (Final), por Imanol Martínez
Kantauri  | 29.09.2010 - 01:56h.
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Milos Teodosic. Turquía asistió a la culminación de la metamorfosis efectuada por el base de Valjevo. Resurrección a dos velocidades. Sinsabor y ostracismo bautizaron el acceso de Milos al baloncesto de primer nivel europeo. La joya de la cantera de Zeleznik no encontró de forma inmediata resultados que diesen consistencia a su extraordinario recorrido por las categorías inferiores a nivel internacional. Teodosic saltó a la primera plana de mercado baloncestístico europeo cuando Olympiacos, en el verano de 2007, le convirtió en una de sus suntuosas contrataciones estivales, sumergido en un nuevo incremento presupuestario meteórico con tal de dar por concluida la exitosa y tranquila vida de Zeljko Obradovic, rey de Atenas, a pies del Partenón. Fue difícil corresponder a su cartel de promesa rutilante en el firmamento europeo. El paso de esperanza a realidad obtuvo un sinfín de trabas, entre las que Teodosic, ya en su segunda temporada a orillas del Golfo Sarónico, parecía perderse. En la antigüedad sus aguas representaban una serie de seis pruebas que concedían el acceso al Averno, cuya influencia no iba a tardar en conocer el base serbio. Estremecido dentro de la oscura soledad a la que Yannakis le sometió en su segunda temporada. Apenas jugó, pieza de recambio a una extensa rotación helena, relevado a tareas de escaso relieve. En 2007, a nivel de selección, saboreó un amargo debut con la plavi. Granada fue la tumba que sepultó una funesta etapa en la trayectoria del combinado serbio, eliminados en primera fase a manos de rusos e israelíes. El verano de 2007 puso a Teodosic en una rampa de lanzamiento diametralmente opuesta a la trayectoria, la ilusión generada por el potencial mostrado.



Estacional. Caprichoso. El azar. Quizá. Predestinado. Lo cierto es que la situación a 2010, como decíamos en el encabezamiento, ha cambiado radicalmente. Durante otro verano, a 2009, Teodosic se detuvo a encender la luz al final del túnel en el que parecía inmerso. Un túnel pleno de falta en las convocatorias, amasijo de grada e ilusiones rotas. Dusan Ivkovic aseó la conducta que había seguido Panayotis Yannakis, jefe de Milos en Olympiacos. Convocó al inédito (durante aquella temporada) chico de Valjevo para ser su guía en el Europeo de Polonia. Sin dudar de los galones a entregar. Serbia iniciaba bajo la batuta de Ivkovic su particular vía crucis, en cuyo camino iría dejando personales resurrecciones. Teodosic cuajó un torneo sensacional. Lideró desde la pista a una Serbia que conocía bien, con varios jugadores entre los que ya se habían proclamado campeones en categorías inferiores, iniciando la lista con su inseparable Milenko Tepic. Juego exterior de oro fabricado en Belgrado, ciudad que unió al chico del Kolubara (a su paso por Valjevo) y al del Danubio (que baña Novi Sad), igual que la ciudad blanca eleva su Kalemegdan (de importantes connotaciones para el baloncesto) sobre el beso entre Sava y lo que ellos llaman Dunav. La medalla de plata obtenida en Polonia situaba a Serbia entre las cosas a ver en el Mundobasket que albergaba Turquía. No decepcionó su papel. Ni el de Serbia ni el de Milos Teodosic. La batalla desatada en el OAKA ateniense cuestionó la presencia del genial base en el torneo. Amor-odio, tal como bautizó su relación con Grecia. Finalmente la sanción por varios partidos le permitió jugar en tierras turcas.

El rango de Teodosic en 2010 era opuesto al del verano anterior. Milos había cuajado una fenomenal temporada en Olympiacos, proclamándose Mejor jugador de la Euroliga, devolviendo al club de El Pireo a la final de la máxima competición continental, y logrando cambiar la opinión de Yannakis sobre él. En el Mundobasket asentó lo mostrado, a nivel internacional, en Polonia. Jefe absoluto de una selección que Ivkovic ha dejado que recaiga sobre los hombros de Milos. Debutó tras la dura derrota encajada frente a Alemania y sus 19 puntos ante Australia y 16 ante Argentina sirvieron para que Serbia retomara el rumbo correcto. En Octavos ante Croacia estuvo realmente gris y allí tuvo que ser Rasic quien repescase a la plavi. Preludio. En Cuartos aguardaba España, quien evitó un nuevo enfrentamiento entre serbios y griegos. La selección española, adherida a la inmensa espalda de Pau Gasol, fue quien apartó a Teodosic del oro Europeo en categoría absoluta. Cumplida revancha. En un instante. El genial base estaba firmando otro irregular partido en el tiro (1/7 en t3) pero sí había colaborado decisivamente en la construcción de juego. Le dio tiempo a resucitar antes que la canción terminase. Un instante. Teodosic enjugó el partido en un puñado de segundos, eliminando a España con un certero tiro a distancia, su segundo triple del día en horrible serie. En las semifinales ante Turquía volvió a estar brillante, 13 puntos 11 asistencias, pero Serbia quedó eliminada en un partido que decidió Tunceri, y donde la actitud defensiva de Teodosic volvió a ser puesta a cuestión. Finalizaron el campeonato cuartos, con una generación que continua creciendo a nivel absoluto y que fija la cita de Londres, en 2012, como uno de los primeros escenarios donde su potencial pueda observarse en plenitud. Teodosic concluyó el torneo con promedios de 11,3 puntos-5,6 asistencias.


Hidayet Turkoglu. Es difícil en la poliédrica selección turca hacer referencia a una sola pieza de su conjunto. Dentro del trabajo, tan de autor, realizado por Bogdan Tanjevic cuesta distinguir nombres propios, características y actuaciones individualizadas. La fuerza del grupo conjuntado ha provocado que Turquía realizase un campeonato soberbio, cumpliendo con las obligaciones del anfitrión. Podemos hablar del carácter con el que Omer Onan armó a la selección otomana, ejerciendo su papel de veterano, con una línea de trabajo sólida salpicada de brillantes momentos ofensivos. También, como referente de aquella plata que Turquía coleccionó entre sus fronteras, Eurobasket de 2001, destacó Kerem Tunceri. Principal responsable de la dirección turca, Kerem mostró una determinación vital para resolver los momentos complicados que se le fueron presentando al equipo entrenado por Tanjevic. Fue el héroe de la intensa semifinal disputada frente a Serbia. A otro nivel, dada su evolución, margen de progresión y talento, tanto físico como técnico, debemos situar en un rol destacado a Ersan Ilyasova. Convertido en la nueva bandera del baloncesto turco, el jugador de los Bucks realizó un torneo sensacional, sólo aquejado de cierta línea descendente en su rendimiento, sensación de ir decreciendo a medida que el campeonato quemaba etapas. Actuaciones fantásticas, triples, intensidad, rebote, una versatilidad impropia en alguien de su tamaño, fue el hombre encargado de iniciar el sueño de la afición turca, quienes finalmente lo vieron hacerse realidad con la conquista de la medalla de plata, tan solo batidos por Estados Unidos.



Entre todos ellos terminó por sobresalir la figura de Hidayet Turkoglu. La gran enseña del baloncesto otomano durante la primera década del nuevo siglo cumplió su deseo de liderar a Turquía en su campeonato del mundo. Ya figura destacada en el torneo de 2001, Hedo supo cubrir el rol a desarrollar en esta joven Turquía y sin exceso de protagonismo logró liderar a sus compañeros. Haciendo estragos con su estatura y polivalencia en pista, Turkoglu fue aumentando su nivel a medida que el campeonato entraba en su fase decisiva. Tras una primera fase donde supo mantenerse en un plano secundario, fue a partir de los cruces, ya en Estambul, donde se observó el mejor nivel de la estrella turca. Los 20 puntos en Octavos ante Francia le sirvieron como base donde apoyar su paulatino crecimiento al frente de las operaciones de su equipo. Ante Eslovenia realizó un soberbio partido, firmando 10 puntos, 4 rebotes y 7 asistencias en tan solo 23 minutos de juego. Serbia y Estados Unidos recibieron ambos 16 puntos procedentes de la muñeca del alero. Hidayet terminó el campeonato con promedios de 12,3 puntos-4,2 rebotes-3,2 asistencias, que junto a la medalla de plata colgada al cuello terminan por completar un soberbio campeonato, acaso el más difícil, donde Turquía no podía fallar frente a sus aficionados. Turkoglu terminó por ser el jugador encargado de hacer brillar mediante su talento el sólido trabajo colectivo que ordenó Tanjevic y que sus hombres ejecutaron prácticamente a la perfección.


Linas Kleiza. El poderoso alero lituano acertó a transcribir, con pulso firme, el sueño lituano. El país báltico se desvive por la práctica baloncestística y en 2011 su deporte volverá a casa, con la celebración del Eurobasket en aquellas latitudes. La inauguración de nuevos templos en los que hacer vibrar a un país, las constantes esperanzas procedentes del trabajo con una cantera inagotable en cuanto a material humano…todo ello, motivos para la alegría enjugados en mil lágrimas, por la falta de rumbo y química que la selección lituana mostró en el Europeo de Polonia, ecos tan cercanos de un desastre. Lituania deshacía su equipo campeón de Europa en 2003, con Jasikevicius y Siskauskas no atendiendo a la llamada de la selección, y jugadores como Stombergas, Zukauskas o Macijauskas situados ya en otro estadio dentro de sus vidas. La cita de Polonia trajo consigo un nuevo cambio al frente de la dirección técnica, donde Kemzura sustituía a Butautas. Debían preparar la cita del Mundobasket’2010, en la que se habían colado por la puerta de atrás, y cuya invitación casi suponía un compromiso amargo. Otra muestra que pudiese hacer desesperar a la opinión pública lituana respecto a su combinado nacional. Convertido en causa de toda una Nación.



La selección que debía preparar Kemzura se presentaba ya problemática desde su punto de partida. Los hermanos Lavrinovic no iban a acudir a la cita turca, mermando el potencial interior de una Lituania que no iba sobrada de gente grande. Además se optaba por dejar fuera de la lista de 12 a la joven promesa Donatas Motiejunas, que había completado un año positivo en Benetton Treviso, dejando si cabe en mayor orfandad la faceta interior lituana. Todo ello empujaba al versátil Linas Kleiza a ocupar únicamente la posición de ala-pívot, compartida junto a Paulius Jankunas, mientras que Javtokas y Andriuskevicius serían los encargados de poner centímetros sobre el parquet. Delimitando el radio de acción que Kleiza debía cumplimentar Lituania encontró la llave que iba a abrir el Edén del Bósforo. Centrado, consciente de que el futuro lituano pasaba por sus manos, Linas iba a firmar un Mundobasket en categoría absoluta que evocó al realizado en inferiores. Superioridad insultante en la parcela ofensiva, donde no encontró excesiva oposición en sus defensores. Y un nivel de concentración sorprendente. Todos esperaron que Lituania diluyese sus opciones en la enésima “concatenación de errores” por parte de Kleiza pero este hecho no llegó hasta semifinales. Lituania firmó una excelente fase de grupos, y ya en los cruces Linas endosó 30 puntos a China y 17 a Argentina. Sólo en semifinales el extraordinario momento que atravesaba Kevin Durant, y su excepcional arranque de partido, fue capaz de sacar los demonios interiores de Kleiza. Cohibido, derrotado, el fortísimo jugador báltico perdió el pulso al campeonato, por 40 minutos. Y en semifinales. Hasta la fecha había hecho creer a una selección lituana que le había servido como fiel acompañante de su cualidad debatida entre talento y potencia. Regresó para conducir a los lituanos rumbo una medalla de bronce bautizada en gloria y necesidad. Kleiza anotó 33 puntos, capturó 7 rebotes y repartió 4 asistencias ante Serbia. Las dudas con las que Lituania llegaba a Turquía quedaban tatuadas en bronce. Escaparate sobre el que basar el futuro próximo, impaciente espera hasta la llegada del siguiente estío, época donde Europa y el baloncesto cambiarán el Bósforo por el Báltico.

Kevin Durant. Bastaría con describir un susurro. Rotundo. Delicado. La huella dejada por Kevin Durant en el Mundobasket de 2010 pasa a leyenda, en la interminable historia del campeonato, dentro de ese libro que dejamos coger polvo durante cuatro años, entre gigantes del Ayer. Podemos agotar la lista de adjetivos para loar lo que en definitiva resume su clase, talento, elegancia y fragilidad. Lo liviano de su figura, entre los componentes del equipo estadounidense, contrasta con la pesada carga que Durant arrastraba de cara a la cita mundialista. Coach K había edificado su equipo en torno a la capacidad ofensiva de Durant, concediéndole la posición de ala-pívot, acompañado por un quinteto de fisonomía ligera, con Lamar Odom ocupando posición de center. Un equipo capaz de volar sobre el parquet, facilitando una gran cantidad de posesiones y donde Durant pudiese desatar todo su caudal ofensivo. Simplemente quedaba por observar la respuesta de un jugador cuya trayectoria, condiciones, adaptación a un reto superior, constante superación de las barreras existentes, auguran un puesto en la memoria de la Liga norteamericana. La selección USA venía de una última presencia apabullante, en los Juegos de Beijing. Un equipo compuesto de las mejores piezas del concierto norteamericano que buscaba retomar la senda de dominio abandonada hacía ya 8 años, en Sydney’00. Tras los fracasos de Indianapolis, Atenas y Saitama, una flota de jugadores encabezada por Kobe Bryant, Lebron James y Dwayne Wade devolvía el oro a Estados Unidos. Quedaba saldar la vieja deuda que se acumulaba ya por tres ediciones del Mundobasket.



Estados Unidos había fracasado en sus intentos por hacerse con el cetro mundial en 1998 (lo disputaron jugadores ajenos a la NBA), 2002 y 2006. El ciclo del entrenador Krzyzewski tras reconquistar el oro olímpico afrontaba su segundo objetivo. Para ello presentaba una selección compuesta en su formación principal por representantes de la nueva generación, alejada de la seguridad que ofrecían en el concierto internacional la rotundidad de los nombres que componían la lista de Beijing. Los Derrick Rose, Russell Westbrook, Rudy Gay, Danny Granger, capitaneados por Kevin Durant eran los encargados para retornar con el oro al cuello. La indiscutible ascendencia de Durant sobre el grupo no tardó en ponerse de manifiesto. 22 puntos ante Eslovenia y 27+10 frente a Brasil, en el que resultaría ser el partido más difícil con el que USA se topó en Turquía. Sólo habíamos rascado en la superficie de lo que el fino alero estaba a punto de ofrecer. Una confianza y naturalidad asombrosas que le llevaron a ir aumentando su nivel a medida que avanzaba el torneo y nos acercábamos a su decisión final. 33 puntos ante Rusia, 38 ante Lituania enseñando la matrícula a Linas Kleiza, así como los 28 puntos que sirvieron para romper la final ante la selección anfitriona, y colgar el oro del cuello estadounidense. Durant terminó el torneo con promedios que ascendían a los 22,8 puntos-6,1 rebotes, tirando con un 63% de acierto en t2 y un 45% en t3. Cifras que escriben la doctrina dictada por, finalmente, el profeta que devolvió a Estados Unidos al primer escalón de un Mundobasket.

Luis Scola. Se cumplía la segunda jornada de un Mundobasket que no había hecho más que comenzar. En aquel quinteto llamábamos la atención sobre la figura de Luis Scola, quien había descosido a Australia con 31 puntos (11/19 t2). Rezaba un título poco atrevido a cerca de lo que se catalogaba como el penúltimo baile del pívot argentino en el campeonato, esperando actuaciones de mayor envergadura a la ya realizada. Poco atrevido dado que era una certeza conocer que Scola sería uno de los apellidos que llevaría el Mundial. La situación de Argentina, desprovista paulatinamente de elementos pertenecientes a una década prodigiosa, y el momento en que la trayectoria del pívot bonaerense arribaba al Bósforo hacía presagiar una actuación llamada a quebrar al olvido. A aquel partido frente al equipo australiano le siguieron 32 puntos a Angola, 30 a Jordania y 32 a Serbia. Era el hombre interior a seguir. Ya había puesto Europa a sus pies, y cuando hablamos de Luis Scola la extremidad inferior cobra otro significado, fantasía y ritmos incontrolables que brotan sobre la pintura, y había logrado ocupar un hueco importante en el firmamento NBA, con un suculento contrato ya firmado. Baloncesto sin fronteras, como su carrera, desde Ferro al Mundo.

Quizá ni el mejor escribano es capaz de describir lo que Luis Scola iba a enseñar, por si no había bastado su primera fase, en octavos de final. Argentina debía enfrentarse a Brasil, compañero deportivo del continente sudamericano, esta vez dirimir sus íntimas rencillas a través de los aros y las redes. El equipo brasileño había tenido problemas durante la preparación y había perdido a alguna de sus piezas principales, pero una vez en Turquía su nivel estaba siendo excelente, incluso planteando serios problemas a la intratable selección estadounidense. Argentina por su parte llegaba con una rotación corta que latía en dos válvulas, Delfino y Scola, y unos resultados que ofrecían ciertas dudas en las primeras fases. El partido respondió a lo esperado. Un cruce inseparable a la tensión inherente de irse a casa tras una derrota, una eliminatoria entre dos selecciones con piezas de un talento indiscutible. Yendo a lo particular Scola iba a enfrentarse a su hermano pequeño, a aquel coloso al que tanto había ayudado, con el que tanto había compartido en la capital alavesa, Tiago Splitter. El rubio MVP de la ACB había decidido firmar su aventura NBA, donde compartirá Estado, Texas, con Scola. Luis no tuvo reparos, disfrutó ofreciéndole la penúltima lección a Splitter. Y a Varejao. Nadie pudo hacerle frente. Cada instante lo convirtió en clásico, fiel a su muñeca y sus pies, a su inagotable imaginación tallada en parquet, convertida en rutina dentro de su experimentada carrera. 37 puntos, incluso a los que añadió un triple, 9 rebotes y 3 asistencias. Argentina continuaba viva en el campeonato.



En cuartos la sorprendente y física Lituania pasó factura al cansancio acumulado por la albiceleste, en un partido durísimo ante Brasil y donde solo seis de sus jugadores pasaron de los diez minutos jugados. Demasiada exigencia. Scola no existió y Argentina abandonaba la lucha por las medallas. Scola, exhausto, no existió. Trece puntos con una horrible serie de lanzamiento, dedos donde vivieron y murieron los suyos. Ya recuperado el aire terminó por asegurar la quinta posición de su selección firmando 22 puntos ante Rusia y 27 ante España. Finalizó el campeonato con 27 puntos de media, máximo anotador, y 8 rebotes. Cinco de sus nueve partidos por encima de los treinta puntos de anotación. 36 minutos de juego, 57% de acierto en tiro. Ese es el saldo numérico. En sensaciones para el espectador, tan complicadas de medir, la cifra se dispara. Luis Scola volvió a honrar al baloncesto en otro torneo FIBA cortado a medida de su fina figura. Verle sobre el parquet nunca llegará a cansar la vista de un espectador ávido de conocer el oficio, lo extraño de aquellos jugadores cuyos fundamentos sobrepasan cualquier medida física. Aute nos dejaría en la firma una reivindicación del espejismo que consiste en intentar ser uno mismo, ese viaje hacia la nada que consiste en la certeza de encontrar en su mirada la belleza. Sastre de lo sencillo.


Bogdan Tanjevic. Cuarenta años os contemplan. Es una pequeña adaptación de la sentencia que se le asigna a Napoleón Bonaparte durante su campaña en Egipto (Songez que du haut de ces monuments quarante siècles vous contemplent). Cuarenta años que encierran la trayectoria en los banquillos de Bogdan Tanjevic. Cuatro décadas que a duras penas pueden contener el reguero de conocimiento y aprendizaje que Tanjevic ha ofrecido al baloncesto europeo, desparramado en los confines del Viejo Continente. Situándonos sobre un enorme mapa, a modo de un extraño Risk, banderas con el rostro de Boscia se extienden como un vetusto imperio. Inicios con su primera aparición exitosa al máximo nivel, Copa de Europa dirigiendo al Bosna en 1979 frente a la estirpe varesina. Allí hizo coincidir su semblante con la poderosa irrupción de Mirza Delibasic. Triunfo deportivo, resultadismo ante el que nunca subyugó su infinita capacidad para trabajar con los talentos más jóvenes. Y es ahí donde su legado se nos torna infinito, lejos de la vitrina. Desde 1979 a la plata obtenida con Turquía en 2010 se conforma uno de los viajes con mayor interés en su estudio y detenimiento. Quizá por ello, la divina fortuna le concedió el resuello necesario a Tanjevic para no tener que renunciar a dirigir una selección que había estado tallando, cincel certero, durante un lustro. Una Turquía fabricada en el cuarto de anhelos y desesperos de un alquimista impaciente, consumido por su mal encarada sapiencia.

El proyecto se tambaleó. En varias ocasiones. Los Europeos de 2005 o 2007 cuestionaron lo acertado de mantener en el cargo al técnico balcánico. Era una carrera de fondo con la vista puesta en una nueva generación fabricada y puesta a punto fechada a 2010. El Mundobasket en Turquía, del baloncesto otomano. En 2009 la selección turca enseñó su potencial, realizando un extraordinario Eurobasket en Polonia, marchitado por la derrota en el cruce frente a Grecia, en un partido horrible. Una herida que, tras algunas declaraciones de Tanjevic durante este Mundobasket, vimos que aún sangraba. Durante la pasada temporada la gravedad de una enfermedad apartó a Tanjevic del banquillo que dirigía, el del Fenerbahçe. Parecía que su carrera ponía amargo punto final, tan cerca de la orilla soñada, el verano de 2010 bañado por el Bósforo. Se recompuso, el destino le concedió una tregua y no dudó en retomar las riendas de su grupo. Aquel compuesto por alguno de los integrantes de la plata europea de 2001, Tunceri-Turkoglu-Onan, junto a la generación de Ilyasova-Savas-Erden-Asik-Akyol. A dos velocidades. Funcionó el plan de viaje. Casi a la perfección puesto que Turquía volvió a subirse al segundo escalón del pódium. En su Europeo cayó derrotada por la otrora dominadora Serbia, y aquí, de nuevo ante los suyos, por la mayor potencia baloncestística en el planeta basket, Estados Unidos. El trabajo turco enseñó su cara más completa. Orgullo para cualquier entrenador. Kerem Tunceri, Ersan Ilyasova o Hidayet Turkoglu resultaron hombres clave en alguno de los partidos que compusieron el calendario de Turquía. Omer Onan ejerció a la perfección su labor de veterano, nexo de unión entre entrenador y vestuario, mientras que el joven juego interior supo alternar roles, protagonismo, y edificar una defensa sólida de la pintura otomana. Máxima expresión de la concentración y emotividad, reflejada detrás de una incansable afición. Plata de ley.



Caro, Boscia; Me resulta complicado, casi increíble, escribir alrededor de tu posible retirada definitiva, dejando huérfanos los banquillos. Tantos instantes de baloncesto europeo, tantos jugadores que, con mimo, mostraste al espectador. Nando Gentile y Vincenzo Esposito fueron casi pioneros de la cantera italiana que se desarrollaba al Sur del país, acostumbrado el Norte a su papel exclusivo de productor. Luego llegaste a una tierra tan distinta a Caserta, tan cercana a tus Balcanes, Trieste, y compusiste un extraño equipo junior donde Gregor Fucka y Alessandro De Pol no tardaron en alcanzar la elite, a medida que terminaba por formarse un tal Dejan Bodiroga. El último scudetto de la titulada Olimpia Milano lleva tu firma, y han pasado ya casi 15 años. Fiel a tu venerable legado, a tu familia, aquella Stefanel la dirigía en pista Gentile, y acompañando a Bodiroga en los flancos se encontraba Rolando Blackman, tu asistente en este Mundobasket’2010. Siempre un nexo de unión. Tras tu paso a nivel de club desarrollaste un programa similar con la Nazionale. De cara al Mundial de Atenas, en 1998, hiciste debutar en un concurso internacional a jugadores como Basile, Pozzeco, Andrea Meneghin, Chiacig o De Pol, base del posterior Eurobasket conquistado en 1999, y presentes algunos de ellos (también Giacomo Galanda) en la plata de Atenas’2004. Viejo sabio, siempre un paso por delante. Yugoslavia, Italia y como tercer hogar Turquía, sin menospreciar tus experiencias en Francia. Allí concluyes tu obra con la consecución de la plata mundialista, y dejas un extraordinario grupo de jugadores jóvenes a través de los que dibujar nuevos retos. Con ellos has disfrutado lo indecible, dándoles forma, permitiéndote alternar su infinita amalgama de condiciones físicas en busca del quinteto más difícil. Parece mentira que aceptar el cargo de director deportivo en Roma pueda alejarte de un banquillo donde hace escasos días te hemos visto sufrir, extenuarte en defensa, flexionado, junto a los tuyos. Parte ya de esa gran familia. Tanta energía encerrada en ese diminuto cuerpo. Al menos desde ese puesto directivo en Roma no perderemos tu sabiduría del todo, baste con observar las múltiples conexiones que dejas tras de ti, siempre llegando, sin terminar de irte del todo. Durante tu carrera repetiste una frase que indicaba como el talento, al igual que una pierna más corta, es algo que se ve venir de lejos. No es algo tan sencillo para el común de los mortales, no ya detectarlo sino darle forma y apostar por él. Siempre hubo magia en tu huidiza mirada negra. El reflejo de tu ausencia comenzará a delimitarnos la sombra del placer. El adiós, una carta tuya que el baloncesto guardará en lo más hondo su corazón.




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Noticia publicada por Kantauri

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