La Opinión
Las Historias de Sunara: El agua envenenada
Iván Fernández  | 15.08.2011 - 04:46h.
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Mediados los años 90 el eje central del baloncesto heleno había virado de Salónica hacia Atenas, haciendo que el tradicional dominio en los últimos años de Aris y PAOK pasara a manos de Panathinaikos y Olympiacos. A su eterna rivalidad, los atenienses sumaban ahora otra y es que ambos buscaban con locura el primer cetro continental para Grecia.


Con estas premisas no es de extrañar que la semifinal que les enfrentó en 1994 fuera tensa y competida a más no poder. Símbolo del traspaso de poder, Gallis y Fassoulas, otrora líderes de Aris y PAOK, comandaban ahora a Panathinaikos y Olympiacos, aunque una extraordinaria defensa de Sigalas dejaba al primero en unos míseros 8 puntos haciendo estériles los 32 de Volkov y llevando a los portuarios a su primera final europea. Con un Paspalj que afrontaba su tercera temporada y el ex NBA Roy Tarpley como pareja de extranjeros sólida y millonaria, poca gente concedía oportunidades a la Penya, que había entrado en la final a la chita callando. Pero cuando el inolvidable triple de Corny Thompson besaba la red y Zarko Paspalj fallaba desde el 4’60 el proyecto se desmoronaba.





De nada sirvió que llegados los playoff el equipo del Pireo se mostrara intratable y sumara el segundo título liguero consecutivo a costa del PAOK, y que además supusiera el tercer doblete (se habían llevado la Copa ante el Iraklis) de su historia casi 20 años después del segundo, ya que la gran obsesión era Europa. Paspalj cambia de acera y se va al Panathinaikos, desde el cual recala Volkov y además Tarpley también es dado de baja. Para sustituir al americano se busca de nuevo a un jugador de cartel NBA y tras sopesar varias opciones el elegido resulta ser Eddie Johnson. Jugador elegante y sobrio, se había formado en la Universidad de Ilinois, para después ser elegido en segunda ronda del draft de 1981 (el de Isiah Thomas o Mark Aguirre, entre otros) por los Kansas City Kings, franquicia en la que permaneceria durante seis temporadas promediando cerca de 20 puntos por noche (si exceptuamos su año rookie donde no llego a 10) antes de emprender un periplo por Phoenix, Seattle y Charlotte. Prueba de que pese a sus 35 años aún es un jugador válido, en los Hornets promedia 11’5 puntos con un 40% en triples, en su última temporada previa a su aventura europea. Como curiosidad, cabe recordar que Johnson había sido elegido mejor sexto hombre justo un año después de que lo hiciera el propio Tarpley.


Con la guinda de Johnson, el equipo del Pireo creía acariciar el sueño europeo, más aún al comprobar la rápida adaptación de éste, que ya en el tercer partido de la temporada europea contribuía con 32 puntos a vengar la final de la temporada pasada con la victoria del Olympiacos en Badalona. Pese a mostrarse un tanto irregulares, los rojos acaban por asegurarse el segundo puesto de su grupo tras vencer en casa cómodamente al Kinder de Bolonia (89-64 con 34 puntos de Johnson y 20 de Volkov) en la penúltima jornada de la primera fase, lo que les garantizaba la ventaja de campo en el cruce de cuartos de final, último escollo antes de la Final Four.


El rival resulta ser el CSKA de Moscú, 3º del otro grupo que presentaba igual balance de victorias y derrotas que los griegos, pero que se había visto relegado por el basketaverage tras su empate con Madrid y Scavolini. Entrenados por Eremin, los moscovitas vivían tiempos de cambio y habían iniciado la competición con dos americanos: el diminuto base Evans, eléctrico y gran pasador, y el rocoso pivot Patrick Eddie, aunque acabarían por ser cortados. La base del equipo la formaban parte del núcleo duro que había llevado a Rusia a la meritoria plata del Mundial de Canadá, destacando sobre todo Karaseev, un base escolta de gran capacidad ofensiva, Koudeline, un impredecible escolta zurdo capaz de armar el brazo desde cualquier lado, el efectivo Panov y el resolutivo y talentoso ala-pívot Kissourine, armas éstas que en cualquier caso parecían insuficientes para detener a la millonaria máquina ateniense.


Por aquel entonces los cuartos de final de la Liga Europea tenían la particularidad de que el primer partido se disputaba en casa del equipo con peor balance, y así pues el 9 de marzo de 1995 se disputa en Moscú el primer encuentro de la serie. Hasta el descanso todo transcurre con normalidad (45-44 para los locales), pero la segunda parte se salda con una memorable exhibición ofensiva del CSKA, que con Karaseev y Koudeline anotando una y otra vez se apuntan el primer tanto por un inapelable 95-65.


Las críticas de la prensa griega fueron feroces y, exceptuando a Johnson que se había ido a los 28 puntos, no respetaban a ninguno de los componentes de la fuerte plantilla roja. Pese al lógico desencanto por la abultada derrota, más de 15.000 personas llenaron el Palacio de la Paz y de la Amistad (o de las dos mentiras, como sabiamente decía el gran Ernest Rivera) y pudieron presenciar uno de los mejores partidos del año, con grandes defensas, emoción y tres jugadores rayando a un nivel sublime: Johnson de nuevo con 28 puntos, Volkov con 22 y 11 rebotes y el moscovita Karaseev, cuyos 31 puntos finales resultaban estériles en el marcador final (86-77).


Hasta este punto, y dentro de la relativa sorpresa que suponía el gran rendimiento ruso, todo marchaba dentro de unas pautas habituales. Pero, desgraciadamente, todo estaba a punto de quebrarse.


Tras disputar el segundo partido el martes 14, y estando previsto el tercero para el jueves 16, el miércoles 15 ha quedado grabado como uno de los más vergonzosos de la historia reciente del basket europeo. Tras poco más de una hora de entrenamiento, varios jugadores moscovitas comenzaron a sentirse mal, pero lo que no parecía más que un problemilla se torna rápidamente en todo un drama: en poco más de un minuto y ante la incredulidad del cuerpo técnico, Morgunov, Panov y Koudelin pierden el conocimiento y tienen que ser trasladados a un hospital. A medida que pasa la mañana el resto de jugadores va sintiendo distintas molestias, mareos o dolores de cabeza… y apuntan a las botellas de agua que la organización les había facilitado. Examinadas las que aún no se habían abierto, se observó que presentaban varios agujeros en los respectivos tapones, y se decide llevarlas a un laboratorio.


El dictamen es rápido y concluyente: presentan un fuerte componente químico ajeno a la composición normal y cercano al ácido lisérgico. La situación va empeorando y Panov tiene que ser trasladado a la UCI mientras Morgunov entra en coma. Poco a poco su situación mejora, pero simultáneamente Karaseev y Kornev caen también gravemente enfermos y tienen que ser ingresados. Llegado el jueves, la estupefacción es total porque la FIBA se niega a aplazar el partido.


El CSKA llega al encuentro con sólo cinco jugadores: Kissourine, Vadeev, Grezin, Spiridonov y un semi-recuperado Koudelin, que apenas se puede mantener en pie. En una demostración de coraje, los moscovitas llegan al descanso tan sólo 5 puntos abajo, pero en 5 minutos Koudelin cae eliminado y 10 después lo hace Grezin. Con 5 minutos por jugar, la megafonía helena pide al público que anime a los heroicos jugadores rusos, pero por entonces todo suena ya a burla y el Olympiacos gana cómodamente. Por suerte, los jugadores rusos fueron recuperándose poco a poco, pero la fechoría quedó indemne. La FIBA alegó que si no había reclamación especial no podía hacer nada, y desde Rusia, pese a la insistencia de Eremin, pesó más la “alianza ortodoxa” con Grecia que la sed de justicia.





De una manera ensombrecida, el Olympiacos llegaba de nuevo a la Final Four, donde habría de repetir la actuación del año anterior: semifinal victoriosa ante el Panathinaikos (la FIBA obligaba, en sus competiciones aún lo hace, a que los equipos de un mismo país se enfrentaran en semifinales), favoritismo y posterior derrota en la final ante un equipo ACB entrenado por Obradovic (esta vez el Madrid). Pese a que volvieron a hacerse con la liga, Johnson (que volvió a buen nivel a la NBA) y Volkov salían del equipo para dar entrada a Walter Berry, que regresaba, y a David Rivers.


¿Justicia poética, dirán algunos? Quizá, pero si hay que buscarla quizás se encuentre en que en la nueva temporada, 95-96, CSKA y Olympiacos fueron encuadrados en el mismo grupo y, pese a que al final presentaron el mismo balance, 10-4, el hecho de que los moscovitas ganaran su doble enfrentamiento hizo que en un triple empate con la Benneton, el CSKA fuera primero y el Olympiacos tercero. Lo que puede parecer irrelevante no lo es tanto al comprobar que, al amparo de su público, el CSKA lograba el pase a la Final Four donde caería ante un Panathinaikos con el mejor Wilkins del año, con 30 puntos, mientras que los del Pireo caían ante el Real Madrid.


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Artículo publicado por Iván Fernández

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