La Opinión
Los locos son los demás
Antonio Alcaraz  | 20.09.2011 - 02:37h.
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Nací hecho un desviado, pues lo que ofrecía la sociedad no era de mi gusto. Deseaba otras cosas: la imaginación de Pete Maravich, el cerebro de Stockton, la suspensión de Jordan, el instinto reboteador de Rodman y su desplazamiento lateral, los movimientos de pies de OIajuwon, el ilusionismo de Magic, la voracidad de Petrovic y Oscar Smith, esa sangre fría de Kukoc, la capacidad atlética de Pippen, el tiro de Bird, la facilidad en el pase de Sabonis, ese arte en escurrirse de Reggie Miller… Pero no, el interés general y las exigencias sociales no dejaron desarrollar todo ese talento innato del que gozaba, así que decidí convertirme en balón de baloncesto. Mis representantes legales, por su parte, decidieron pedirle a un juez mi ingreso en un sanatorio mental, lo cual no fue del todo inoportuno y desagradable porque, gracias a ello, fundé el equipo de baloncesto del manicomio; equipo, a día de hoy, del que soy máximo accionista y general manager.


Todo esto sucedió entre los ochenta y noventa, y al principio, como era de esperar, fue un poco desalentador dado que el único miembro de esta casa de locos que padecía baloncestitis aguda era un servidor. Aunque todo ha cambiado de unos años para acá, justo cuando este servidor estaba perdiendo la fe puesto que por razones de movilidad limitada jamás he podido hacer scouting para captar jugadores. Entonces llegó el chorreo de enajenados pero excelentes jugadores.





Me explico: un buen día, en la cancha del sanatorio, se presentó un zagal muy alargado que decía llamarse Pau -aunque, en realidad, en su ficha de ingreso pusiera Eustaquio-, ofreciéndose para la causa baloncestística. Quedé impactado por su talento y polivalencia impropia de su altura. Después de él, con los días, se fueron incorporando al proyecto otros tantos: Navarro (¡cómo lanza por elevación!, ¡cómo sale de los bloqueos!, ¡como tira desequilibrado!), Calde (¡hay que verlo defender, flexionando los perniles o penetrando y dividiendo!), Jorge (¡qué tío más listo y cómo tira de siete metros!), Rudy (¡qué arsenal ofensivo el suyo!), Marc (y su muñequita linda con visión de base), Ikea (capaz de poner cinco tapones en ocho minutos), Ricky (y esa forma de ver el baloncesto que difícilmente se aprende) y muchos otros más (Jiménez, Llull, López, Reyes, Cabezas, Vázquez, Emeterio, Sada, Rodríguez… además del equipo técnico que tenemos -Pepu, Aito, Scariolo y otros-). En fin, un equipazo el nuestro. Somos el terror de las demás clínicas psiquiátricas.


Muchas veces les he preguntado por su secreto. Confiesan, emocionados y entre lágrimas, que es cuestión de mímesis, que todo se lo deben a sus hermanos de sangre -lo cual sospecho incierto- que son bicampeones de Europa, campeones mundiales y subcampeones olímpicos (tras ser atracados en una final olímpica por unos árbitros desalmados) con ¡la selección española!. Dicen que también es clave de su éxito el ser una gran familia y sus hobbies compartidos: juegan a la pocha y les pirra versionar canciones que han convertido en éxito indiscutible (“Bote, bote mi cipote” o “Todos los días sale el sol, Felipón”).


Creo, sinceramente, que mis jugadores están más idos que yo; no obstante, es tal el deleite que produce verlos jugar que, a veces, pienso que nosotros no somos los locos, que los locos son los demás.


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Artículo publicado por Antonio Alcaraz

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