La Opinión
La madre de todas las broncas
Antonio Alcaraz  | 05.10.2011 - 06:01h.
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Después de lo de ayer, y conociendo lo visceral que es nuestro entrenador, esperábamos una reprimenda de órdago; de hecho, ha sido un entrenamiento como otro cualquiera; quizás un poco más duro. A no ser que la encerrona venga a continuación, quién sabe, pues nos ha dado las llaves de la sala de reuniones para, según él, corregir y rectificar unas cuantas cosillas respecto el último partido. A mí, personalmente, me ha extrañado el uso del diminutivo de cosas. ¿Gato encerrado?.


- ¡Eh, chicos, sólo hablamos si nos da pie!.


Ya en la estancia, ése es mi consejo para los compañeros que, de por si, permanecen quietos y silenciosos, con las cabezas gachas. Salvo nuestro base titular. No para el tío de silbar y de mover la pata, y es que tiene razones para estar nervioso porque ayer no impuso el ritmo del partido durante ningún momento, además de perder media docena de balones y ganarse estúpidamente un par de técnicas. Imagino que teme, como todos tememos, una de las frases favoritas de nuestro coach:


- Ni estabas ni estarás.


Pero no sólo fue culpa de él, los demás no estuvimos nada finos. Llegamos al descanso con ventaja de once en la cancha del colista y, tras la reanudación, salimos en exceso relajados. Claro que también su defensa presionante a media cancha nos hizo daño, ralentizando nuestro ataque y, después, fuimos incapaces de mover rápidamente la bola, abusando del bote, y se nos atragantó sus defensas zonales. Entonces ellos empezaron a meter desde fuera mientras nos quedábamos en los bloqueos una y otra vez. El público se vino arriba y nosotros abajo. Ni el par de tiempos muertos que pidió nuestro preparador -que no nos aportó soluciones sino reproches y silencio- pudo evitar el caos y el desorden y consiguientemente una derrota vergonzosa televisada a nivel nacional.


- ¡Hala, chicas, a trabajar!.


En su entrada por sorpresa en la sala, ésa fue la orden de nuestro coach a unas cuantas señoritas estupendas pero con una pinta hartamente sospechosa. Mientras las mujeres se desnudaban, nuestro entrenador aprovechó para sacar de una nevera portátil, y servirnos, unos cuantos quintos acompañados de un poco de cascaruja. Luego, con gestos de asco y desaprobación, nos instó a que consumiéramos los productos de la tierra:


- ¡Hala, hala, seguid disfrutando de la vida!.


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Artículo publicado por Antonio Alcaraz

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