Me acerco al folio en blanco todavía conmocionado por la noticia. José Luis Abós ha fallecido después de mantener un 1 contra 1 ante el cáncer.


La tentación de escribir un panegírico al uso, una necrológica llena de adjetivos grandilocuentes, o una reseña enciclopedistas que destaque la bonhomía y capacidades del que fuera entrenador del CAI, es muy grande. Aunque rápidamente la desdeño.


He sido siempre muy crítico con el modelo baloncestístico de Abós, pero lo que es incuestionable es que logró situar al CAI de nuevo entre los grandes del baloncesto español y le abrió el camino a una Europa que ya creíamos ver tan sólo por televisión y siendo protagonistas secundarios. Pero lo que realmente me induce a escribir estas líneas es su vertiente humana. Mirar cara a cara a una situación tan adversa con la humildad y entereza con que lo ha hecho constituye un ejemplo que nos devuelve de golpe con la realidad, muy lejana de resultados y objetivos deportivos.


Obligatoriamente debe quedar al lado su curriculum como entrenador, como protagonista de una de las páginas más gloriosas del baloncesto aragonés.


Aunque parezca paradójico, su muerte es un alegato a vivir, una reivindicación de la necesaria belleza de los momentos pequeños y fugaces que se evaporan en medio de polémicas estériles que nos parecen irremplazables. Gracias José Luis por hacernos más felices, por entregarte con tanta pasión a un deporte tan gratificante como el baloncesto. Estés donde estés, descansa en paz.