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El blog del scout: Las dos torres
Comienzo a escribir esta entrada del blog en un escenario muy especial. Supongo que la continuaré por donde me quede en algún autobús, o alguna sala de algún aeropuerto, o en algún avión. Vienen a recogerme en breve pero quería empezar justo aquí. A mi alrededor veo miles de asientos vacíos. Asientos que unas cuarenta horas antes habían acogido a una masa de aficionados entregada a su equipo. Enfrente tengo una pista de baloncesto también vacía. Sólo alguna toalla y el carrito de los balones parecen atreverse a pisarla en este momento de intimidad. El marcador está apagado, nada hay en juego. El silencio, aéreo, a ratos metálico, sólo se ve interrumpido por esos típicos crujidos de la madera y el metal en reposo que nos asustaban cuando éramos niños. Aquí la acústica del recinto multiplica cada sonido, dándole direccionalidad y matices diferentes a cada uno. Sensación de paz al cobijo de un escenario con un encanto especial.
Entre mis grandes y múltiples rarezas está la de disfrutar muchísimo sentado, a solas, en un pabellón deportivo vacío. Sobre todo antes o después de la batalla deportiva, pero en general en cualquier momento. Es una situación parecida a la que me ocurre cuando me quedó embobado mirando al agua, ya sea mar o río, mientras el tiempo pasa volando. En ambas situaciones podría pasar horas y horas sumergido en mi particular remanso de paz y tranquilidad. Estoy en el pabellón de un equipo ACB. En una de las salas de la zona de oficinas hay ahora mismo una reunión importante y no sé si aún queda algún jugador pululando por aquí tras el entrenamiento que ha finalizado hace un rato. Mientras tanto, yo espero aquí sentado, apurando las últimas horas de un viaje que ha supuesto una de las mejores experiencias profesionales y personales que haya vivido. Tiempo atrás estos días habían sido marcados en el calendario para albergar un pequeño periodo vacacional, el único en todo este año 2011, que pasar en algún sitio tranquilo, sin hacer mucho más que leer, pasear o andar tirado en algún sofá o cama oyendo música, bien alejado del baloncesto. Las cosas han acabado desembocando en cinco días, a ratos frenéticos, entre cuatro ciudades de dos países distintos, con tres partidos de baloncesto y un entrenamiento de por medio. Con paseos y algún corto momento de lectura, pero también con muchos momentos de reunión entre amigos y una fiesta incluida. Ahora que se acaba este viaje, y repaso todo lo sucedido, no tengo queja alguna. Bendito cambio de planes.
Tras un buen rato disfrutando del momento, rescatando fugazmente ciertos recuerdos de esos que al ser rememorados se quedan en la primera capa adyacente a la memoria consciente, que no ves en tu cabeza, pero te hacen sentir, ha pasado una frase que he oído repetida bastantes veces en la última semana: “¡a ver si actualizas el blog!”. Las ganas de expresar con tecleos la situación en la que estoy ahora se han unido con esa frasecita incisiva y me he decidido a abrir el netbook y comenzar a escribir. Sin tener nada verdaderamente interesante que contar (como siempre, por otra parte), aunque pensando en responder una cuestión que ya me habían hecho varias veces antes. Mi día a día en “la oficina”, cuando no estoy de viaje.
Desde que regresé del último viaje de scouting del verano, esa “inolvidable” excursión a Rumanía, he vivido sentado en una silla, “engurrumido” frente a un escritorio lleno de papeles y el portátil de trabajo. Tenía cientos (de verdad, cientos, no es ninguna exageración) de informes individuales que escribir, la edición de Octubre del “Recruiting Digest” por hacer, reportes de los torneos, listados de jugadores, tropecientos correos con temas de consultoría por contestar y un largo etcétera de tareas. Frito por el calor andaluz, pasando la gran parte del día trabajando en esa parte no tan agradecida de la labor de un scout. Además era el momento de cerrar la temporada 2010-11, y dejar todo preparado para comenzar la siguiente. Con las ligas europeas paradas, apenas había partidos que ver, salvo los del Eurobasket de Lituania (con un par de columnas de opinión a modo de diario que me pidieron dos páginas webs), por lo que he podido dedicar casi todo el tiempo a la labor “de oficina”. En mitad de la temporada, dedico varias horas al visionado de partidos de ligas europeas, campeonatos de categorías inferiores, NCAA, NBA y, al final, parece que a cualquier cosa que tenga un balón gordo naranja dando botes.
Cuando viví en Suecia descubrí las bondades del horario norte-europeo, al que sorprendentemente me amoldé muy fácilmente. En Inglaterra volví a él cuando cierta personita no me desordenaba todo por completo. Yo me dejaba desordenar tan feliz (casi siempre), que conste en acta. En ese horario me siento muy cómodo y es el que sigo ahora para aprovechar mejor el día, descansar mejor por la noche y, en general, no volverme loco cuando me toca estar encerrado durante días trabajando. Primero el despertador y después la inercia propia me han hecho levantarme cada día alrededor de las seis y media o siete de la mañana. Desayuno reposado mientras daba un repaso a correos personales y la prensa del día en internet. Después bajaba a la pista de baloncesto que hay cerca de casa para lanzar a canasta (otra pista de basket a solas) durante una hora u hora y media, justo antes de que el sol apretase demasiado y llegasen los pequeños monstruitos liberados de colegio a invadir todo a base de gritos, improperios (por aquí no son muy finos) y carreras desenfrenadas, usando la pista para todo menos para el ejercicio de deporte alguno.
De vuelta a casa sesión de pesas y abdominales, en un intento constante de soltar adrenalina, mantenerme en forma y evitar, entre tanta hora sentado sin actividad física alguna mientras trabajo y buenas comidas, ponerme como el primo tonto del muñeco de Michelin. Una buena ducha culminaba un ritual casi diario que desembocaba en las diez de la mañana, cuando comenzaba el trabajo. Emails de trabajo primero, y de lleno en informes y listados después. Breve parón para comer al mediodía y de seguido hasta las seis de la tarde. Algo de bicicleta estática y algunos abdominales, casi más para soltar las piernas y liberar la tensión. Cena ligera a las siete (eso del horario norte-europeo) y después la gran dicotomía: seguir trabajando (con frecuentes reuniones por videoconferencia) hasta que me aguantase el cuerpo y/o la mente (o me lo exigiese el guión del día) o dar por finalizada la jornada y disfrutar de alguna película o capítulo de alguna serie. Para frikis y/o curiosos, he estado con algunas temporadas de “Los Soprano”, “Boardwalk Empire”, “Padre de Familia”, “Entourage”, “Luther”, alguna serie corta de la BBC británica y la revisión de algunos capítulos de The Office. Entre tanta serie y tanto viaje, mi objetivo de 110 películas en 2011 ha sido (porque ya lo doy por hecho) un fail absoluto. El año pasado cumplí con 100 vistas. Esta vez no me quedaré ni cerca.
La estructura de un día era básicamente repetida por el siguiente, y sólo algún encuentro puntual con algún amigo (sobre todo uno que me ha dado mucha tarea este verano a modo hasta hacerme parecer el protagonista de la serie “In treatment”, cacho mangurrián…) conseguía meterse entre medias. Monótono pero necesario. Ladrillos de una construcción. Pequeños pasos, siempre hacia adelante, en el camino.
Un camino que, por cierto, me ha dado la oportunidad de disfrutar de este viaje, entre otras muchas cosas. Un viaje que cierro desde este aeropuerto (como ya avisaba al principio del texto), en el que espero paciente pero algo inquieto (no sé muy bien por qué, aunque igual sí…) la salida de mi vuelo, que anuncian ya como retrasado. He retomado en esta sala de espera aeroportuaria lo que inicié en aquel pabellón, ya a muchos kilómetros de distancia de donde estoy ahora. Aquella tranquilidad ha dado paso al ajetreo. La paz y los recuerdos se han transformado en kilómetros recorridos y primeros planes para cuando ya esté de regreso. De vuelta a la normalidad.
Se acabó una temporada muy importante para mí. De la que saco muchísimo. Afronto otra con, ahora mismo, una intensa y algo alborotada mezcla de sensaciones. Pero que no cunda el pánico, que si la cosa se pone complicada…marco la jugada de Las dos torres y, si aún así no sale la cosa, que el escolta haga un carretón, ¿verdad Antonio?
PD: Gracias a todos los que han hecho posible este viaje o han formado parte de él. Antonio, Vanesa, Germán, el coach, los chicos de la oficina, el delegado de canastas imposibles, el grupo de Bianchi-el piloto y compañía (yo no me fui demasiado pronto, os fuisteis vosotros demasiado tarde…), aquella mujer que afortunadamente no llegó a infartar, los del champán francés e incluso la camarera borde que según se mirase era EBA o LEB plata. Gracias a todos.