Raza blanca tirador
Que no nos engañen más
Jordi Colomé Batlle  | 11.01.2013 - 14:29h.
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Jordi Colomé Batlle  | 11.01.2013 - 14:29h.


Pues sí. Lo asumo. Este es un post con cierto (mínimo diría yo) riesgo de comerme un 'zas, en toda la boca' dentro de un tiempo. Estados Unidos lleva tiempo buscando a su nuevo chico de oro, esa estrella universitaria que encandila a la nación y después conquista a la NBA. Ah, con un matiz: que sea blanquito. Ese cierto grado de racismo subterráneo que yace en los USA y que proyecto tras proyecto vive un fracaso. Por eso pedimos que no nos engañen más. No queremos saber nada de 'cracks' NCAA que se tienen que comer el mundo y acaban devorados precisamente en la mejor liga del mundo. Ahora hay dos en plena lucha contra el destino y parece que tienen la batalla perdida.


En Estados Unidos gusta ver a blancos triunfar en la NBA, aunque no lo reconozcan. Lo ha dicho muchas veces Paul Shirley en sus artículos y en verano hemos visto la polémica por unos Wolves que, queriendo hacer un homenaje al paisaje típico de la zona, han llenado la plantilla de blancos. 11 de 15, estadística que ya me hubiera gustado tener en mis tiempos de jugador (malo), pero que obedece a la planificación deportiva de David Kahn. Y una de las excepciones, Brandon Roy, es como si no estuviera.


En fin, que me voy por las ramas una vez más. A lo que íbamos. Desde los tiempos de Larry Bird la NBA busca a su buque insignia caucásico, para decirlo en terminología CSI. Ha habido proyectos interesantes, aunque los que se han llevado el MVP tenían una tara: no ser yankees. En concreto, el canadiense Steve Nash y el alemán Dirk Nowitzki. Se puede argumentar que salen jugadores con cierto gancho, que pisan el All Star como Kevin Love, pero el ángel caído del cielo sigue sin aparecer. Vayamos por partes.





En la historia reciente de la NBA, dos casos y en un mismo draft. El 2006 no fue una hornada de las que pasan a la historia precisamente, pero en el número 3 Charlotte apostó por Adam Morrison. Portada de todas las revistas, reportajes y más reportajes sobre su media melena, su flequillo 'old style', su condición de diabético y si era comunista o simplemente le gustaba cómo quedaba el póster del Ché en la pared. Una estrella en ciernes, que pronto acabó estrellado. Sus brazos estilo palillo no tenían sitio en una liga con tanto músculo por centímetro cuadrado de pista, y sin ser la referencia que era en Gonzaga, los números tampoco eran lo mismo. Los 28,1 puntos, siempre por encima o rozando el 50% en los tres años NCAA derivaron en 11,8 y un pobrísimo 37,6% en los débiles Bobcats. El que le definió con un “muy trabajador” y un “agresivo en defensa” en los relatos pre-draft rápidamente quedó en evidencia.


En su segundo año, cuando todo el mundo esperaba verle todo el verano instalado en el gimnasio para adaptar un teórico buen físico (alero de 2,03) a la exigencia de la NBA, volvieron a toparse prácticamente con el mismo debilucho. Y el destino fue cruel con una rotura de ligamentos en la rodilla. Adiós temporada. ¿Volvería hecho un Miura? Pues no. Encima, sin confianza. Muchas veces dicen que lo más difícil es el segundo año (hola, Tyreke Evans), pero en el caso de Morrison fue su entierro como proyecto. Quisieron que liderara la segunda unidad y no se adaptó. El entrenador, Larry Brown, era lo opuesto a lo que necesitaba el alero y después de pedir públicamente que tirara más, que fuera el de Gonzaga, lo empaquetó a los Lakers a cambio de Radmanovic. Eso sí, ganó el anillo con rol involuntario de bufón gracias a un divertido vídeo de Jimmy Kimmel.


Si en Charlotte no había sitio, en Los Angeles menos, así que le hemos visto por Europa. Sin marcar diferencias y protagonista por cierto vídeo de calentamiento de vergüenza ajena, que seguro que no ha ayudado a atribuirle una ética de trabajo destacada precisamente. El verano pasado destacó en la Summer League y amenazó con la retirada si no encontraba un hueco en la NBA. No pasó la prueba de Portland y, ni una cosa ni la otra, de forma que queda como el Equipo A. Si usted es un equipo de Euroliga o Eurocup y se cruza en su camino, puede contratarlo. El requisito europeo es indispensable, porque le gusta más jugar que entrenar.





Morrison no fue la única esperanza blanca fracasada en el draft 2006. ¿Quién de los dos es mejor? , se preguntaba Sports Illustrated en su portada. Si el alero era el proyecto irreverente, el que rompía moldes, JJ Redick era el polo opuesto, el nuevo niño bonito de Duke, sueño de cualquier cheerleader y candidato a aparecer cualquier sábado por la tarde en Antena 3 protagonizando el habitual telefilm sinónimo de siesta. Cuatro años, ciclo completo, a las órdenes de Mike Krzyzewski con un rendimiento ascendente para firmar como senior unos impresionantes 26,8 puntos por partido. Eso sí, el escolta ya generaba más dudas por cuestiones de físico. Poco más de metro noventa y una capacidad de bote limitada que hacían imposible su reconversión en base. Por eso quedó fuera de las diez primeras elecciones hasta que Orlando pronunció su nombre en el 11.


Ética de trabajo brutal, con muchas horas de gimnasio que se reflejan en los músculos… y aún así sigue siendo poco. Un complemento interesante y nada más. No supuso un salto de calidad en las aspiraciones de los Magic y firma ahora sus mejores números, cuando el equipo aspira sólo a no ser el peor (14,4 puntos con un 44%). Son seis años ya y no engaña a nadie. Otro sueño americano que no cumple las expectativas.





Así pues, viendo los precedentes, no es de extrañar que la aparición de otro chico blanco NCAA con una capacidad brutal para anotar fuera recibida con escepticismo. Sí, tira mucho y mete en cantidad, ¿pero da para llenar el vacío de estrellas blancas yankees? Pues no. En un draft más bien pobre, Milwaukee apostó por él en el 10, pero no le dio tiempo prácticamente ni a ponerse la gorra con los cuernos, ya que acabó en los Kings. Un equipo malo, sin proyecto claro, en principio lo que toca en una elección Top 10, pero Jimmer Fredette tampoco encaja ahí. Como Redick, aprendió del error de Morrison para coger musculatura, pero es muy lento en defensa hasta volverse invisible y sin ser el referente, se siente perdido. Un escolta en cuerpo de base, que no puede parar a los de su estatura. Su muñeca privilegiada, esa que le permitió liderar a Brigham Young con 28,9 puntos y casi 21 tiros lanzados por partido, sólo aparece en contadas ocasiones. Casi nunca. En su segundo año juega menos que de 'rookie', aunque anota más (7,9 puntos), e incluso ya sabe lo que es caerse de la rotación del tercer peor equipo del Oeste. Y al igual que sus predecesores, la larga trayectoria en NCAA hace que el margen de crecimiento deje poco a la esperanza.


Tres proyectos, tres jóvenes encarnando las esperanzas de muchos americanos. Raza blanca, tirador… y fiasco. Por favor, que no nos engañen más.




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Artículo publicado por Jordi Colomé Batlle

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