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RetroNBA: Blanco, Torpe y con Bigote: Greg Kite en 1987
Máximo Tobías  | 02.03.2013 - 22:55h.
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Máximo Tobías  | 02.03.2013 - 22:55h.



Antes de internet y del canal+, antes incluso de Ramón Trecet y “Cerca de las Estrellas”, uno de los escasos medios para que los aficionados pudiésemos conseguir imágenes de la NBA eran aquellos vídeos que se anunciaban en las revistas de baloncesto y que se vendían, no me preguntes por qué, en las tiendas de música. Y fue en uno de ellos, concretamente en “Cinco en Ataque: Los Angeles Lakers”, donde oí hablar por primera vez de Greg Kite y el tercer partido de la final de la NBA de 1987.





Por increíble que parezca, hubo un tiempo en que Greg Kite fue una estrella. Un estirón tempranero lo convirtió en uno de los hombres altos más seguidos cuando estaba en el instituto, y en su último año fue la gran estrella de Madison High School cuando se plantaron imbatidos en las semifinales del campeonato estatal con 39 victorias consecutivas. Por desgracia, ahí terminó la racha: Kite capturó 20 rebotes, pero un pobre 2/12 en tiros provocó una eliminación inesperada. Para entonces Greg Kite era un McDonald’s All American que había recibido invitaciones de las mejores universidades del país, pero razones sentimentales y religiosas hicieron que se decidiera por la universidad mormona de Brigham Young. En BYU formó parte de un equipo muy exitoso que alcanzó los Elite 8 en el torneo de la NCAA con dos futuros célticos como Danny Ainge y Fred Roberts, además de un viejo conocido llamado Steve Trumbo.


Greg Kite tuvo que olvidarse de cualquier veleidad ofensiva y centrarse en ayudar en defensa, tapones y rebotes, aprovechando su notable fuerza física. Su año “senior” no fue muy destacado y se esperaba que alcanzara como mucho la segunda ronda del draft, pero unas buenas actuaciones en el Aloha Classic y en el campamento pre-draft de Chicago hicieron que sus posibilidades mejorasen en el último momento. Gracias a ello, los Celtics lo eligieron en los últimos puestos de la primera ronda del draft de 1983.


Los Boston Celtics estaban buscando un hombre alto para reemplazar a Rick Robey, el pívot suplente enviado a Seattle a cambio de Dennis Johnson. En realidad, la versatilidad del juego interior de los Celtics hacía que no necesitasen un “cinco” suplente como tal, ya que Kevin McHale podía ocupar ese puesto en caso necesario (igual que Larry Bird podía jugar minutos de “cuatro”). Pero “Red” Auerbach quería completar la rotación con otro pívot, y Darren Tillis había resultado un fracaso absoluto. Su auténtico objetivo era Roy Hinson de Rutgers, pero los Cleveland Cavaliers se le adelantaron y tuvo que conformarse con Kite. Greg Kite apenas disfrutó de minutos en sus tres primeras temporadas, y su papel resultó ser similar al que había desempeñado otro pívot blanco tronquete años atrás: Eric Fernsten. El trabajo de Fernsten era darlo todo en los entrenamientos, sirviendo como “sparring” de los titulares sabiendo que apenas pisaría el parqué. Ese papel era poco apreciado por los aficionados y la prensa (Sports Illustrated describió a Greg Kite como “quizás el jugador con menos talento de la liga”), pero Larry Bird le concedía una importancia mayúscula para alcanzar el éxito colectivo. De hecho, el único defecto que Bird le encontraba a Greg Kite era no ser tan bueno en eso como Fernsten.





En la temporada 1986-87 Greg Kite tuvo que jugar más minutos de lo esperado debido a la recaída del eterno lesionado Bill Walton. A pesar de la costumbre del entrenador KC Jones de exprimir a sus titulares y no confiar en los suplentes, las lesiones y el cansancio de varios jugadores fundamentales no le dejaron otra opción al técnico. Claro que según los analistas, la misma presencia de Kite en la pista era una señal preocupante para los Celtics y una de las razones por las que se encontraban al borde de la derrota. Los Lakers habían ganado con holgura los dos primeros partidos de la final de la NBA de 1987 gracias a un James Worthy espectacular y una contribución destacada de casi todos sus compañeros, y enfrente los Celtics parecían lentos, torpes, cansados. De vuelta en Boston, el tercer partido empezó con la misma tónica que los anteriores, con unos “Magic” Johnson amenazando con abrir ventajas decisivas en el marcador y unos Celtics que a duras penas aguantaban gracias a Kevin McHale. Por si fuera poco, los Lakers se dedicaban a meterle balones a Kareem Abdul Jabbar buscando cargar de personales a Robert Parish, y a los seis minutos de juego el pívot céltico tenía que sentarse en el banquillo con dos faltas.


Greg Kite salió y dejó notar su presencia desde el principio, capturando un rebote ofensivo e intimidando a Worthy en una entrada a canasta, y contribuyó al esfuerzo de los Celtics para dar un tono más físico al partido intentando romper el ritmo de los Lakers. No era tan fácil como parecía, y los visitantes aceptaron el envite para terminar el primer cuarto con siete puntos de ventaja en el marcador. Parish salió de inicio en el segundo cuarto, pero cometió otra falta al intentar frenar el tercer “pick’n’roll” consecutivo de “Magic” Johnson con Mychal Thompson. Con nueve puntos de deseventaja a falta de ocho minutos para el descanso, los Celtics tendrían que sobrevivir hasta entonces con Kite en pista. A primera vista, el pívot tejano parecería poco más que un espectador de lujo mientras Larry Bird dirigía la remontada céltica, pero nada más lejos de la realidad. En defensa usaba su fuerza para impedir que Kareem ocupase su lugar habitual en la zona, y en ataque sus bloqueos liberaban una y otra vez a los tiradores locales para anotar sus lanzamientos exteriores, además de cargar el rebote ofensivo y obstaculizar el primer pase del contraataque de los Lakers. Hasta el aficionado menos perceptivo tuvo que fijarse en él cuando forzó tres segundos en la zona del pívot angelino, o cuando salió con los titulares en la segunda parte y le colocó un humillante tapón a “Magic” Johnson. Sin anotar ni un solo punto (eso sí, 9 rebotes en 22 minutos), Greg Kite fue fundamental en el cambio de tendencia de un partido que controlaban los Lakers y terminaron ganando cómodamente los Celtics. Su presencia en la rueda de prensa posterior como jugador más destacado sería uno de los momentos más extraños en una final de la NBA.





Como resultado, Greg Kite pasó a formar parte de la rotación en el cuarto y quinto partido después de no haber participado en los dos primeros encuentros. No pudo repetir su gran actuación, aunque sí aportó un juego más físico (lo que Zander Hollander describía como su “baloncesto crustáceo”) especialmente en el cuarto partido, cuando atrapó a James Worthy en una pinza mortal y lo derribó al suelo cuando el alero de los Lakers intentaba una penetración en los últimos segundos de la primera parte. Worthy se levantó hecho una furia y lanzando puñetazos, Kurt Rambis se encaró con Dennis Johnson y el banquillo angelino en pleno saltó a la pista a separarlos. En la confusión, los árbitros no repararon en que Kareem había propinado un directo al rostro de Kite, el único golpe que llegó a conectar en toda la tangana. Greg Kite apenas intervino en el sexto y último encuentro, y algunos analistas repararon en su ausencia en un partido en el que Abdul Jabbar y Mychal Thompson machacaron la zona céltica. Quién iba a decir que los Celtics echarían de menos a Greg Kite en una final de la NBA.


Por desgracia para el pívot, eso no fue suficiente. Al año siguiente los Celtics ficharon al veteranísimo Artis Gilmore intentando repetir la jugada que les había salido tan bien con Bill Walton, y para hacerle hueco tuvieron que esconder a Greg Kite en la lista de lesionados. Algunos rivales amenazaron con denunciar a la liga que el jugador no estaba realmente lesionado (fingir lesiones estaba sancionado), y los Celtics no tuvieron más remedio que cortarlo. Los Clippers fueron su nuevo equipo, un auténtico shock para un jugador que sólo había conocido los triunfos y la buena organización de los Celtics. Al menos podría jugar más aprovechando las frecuentes ausencias del titular, el orondo Benoit Benjamin, y así lo vimos por primera vez jugar minutos en el partido de exhibición a beneficio del Hall of Fame de 1988. De allí pasó a los Sacramento Kings, cuyos pívots eran Pervis Ellison y Ralph Sampson; no es necesario aclarar que se hartó de jugar, claro. Finalmente, su destino fue Orlando, una ciudad que conocía bien ya que su mujer era de allí y él había pasado muchos veranos jugando pachangas en sus pistas. Los Orlando Magic eran una franquicia recién creada con graves carencias de plantilla, y así se convirtió en el pívot titular durante un par de temporadas reemplazando a otro ex-céltico como Mark Acres. Incluso aguantó como suplente después de que los Magic tuvieran la fortuna de elegir a Shaquille O’Neal en el draft, pero una grave lesión en el tendón de aquiles puso fin a una carrera mucho más larga de lo esperado.





Greg Kite no era más que el típico pívot blanco ochentero: grande, fuerte, torpe y con bigote, como Paul Mokeski, Hank McDowell o Petur Gudmundsson. Su presencia en el quinteto titular era causa justificada de preocupación, y a veces no tenían nivel siquiera para formar parte de la rotación de banquillo. Su puesto natural era el de cuarto pívot o suplente del suplente, pescando minutos sueltos de acá y allá a base de meter el cuerpo y dar hostias como panes para ganarse el respeto de entrenadores y compañeros, y el odio eterno de los rivales. Una combinación de fuerza irresistible y objeto inamovible con cara de no entender nada de lo que pasaba en la pista, su presencia al fondo de tantos banquillos hacía sospechar del interés de la NBA por mantener una presencia testimonial de jugadores blancos como guiño a la audiencia. Aún así, fueron capaces de transmitirnos una lección moral de disciplina y profesionalidad dándolo todo en los entrenamientos y estando siempre preparados para el caso de que una plaga de lesiones o un torbellino de expulsiones los obligara a quitarse el chándal.


Ésas eran las virtudes de Greg Kite, intensidad en los entrenos y buen humor en el vestuario, pero cuando tuvo que salir a pelearse contra uno de los mejores jugadores de todos los tiempos en el partido crítico de una final de la NBA, no dudó en exprimir al límite su limitado talento atlético para ayudar a sus compañeros. Durante el grueso de su carrera fue un chiste, un paquete recordado solamente como motivo de burla, pero esa noche demostró que no hay vergüenza en no ser tan bueno como otros.


Incluso si llevas bigote.







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Artículo publicado por Máximo Tobías

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