En tierras ucranianas |
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Cuando Bradley Scott Oleson dejó su Alaska natal para llegar a España, nadie le conocía. Un chico joven, rubito y callado aterrizó en Santiago en 2005 para jugar en las filas del Beirasar Rosalía en LEB-2. Sin necesidad de rezar al apóstol, el equipo gallego cuajó unas grandiosas temporadas y subió de categoría. Gran parte de la culpa la tenía aquel joven americano al cual la gente se empeñaba en añadir una “s” de más a su apellido.
Para un recién llegado no estaba nada mal convertirse en el líder anotador de un equipo que logra ascender en tan solo dos campañas. Más aún cuando hace no mucho tiempo atrás, él soñaba con ser “pitcher” de un equipo de béisbol. Una lesión truncó ese sueño, y ayudado por el frío glaciar de su ciudad natal, North Pole, decidió pasarse al baloncesto. “Era un deporte que podía practicar durante todo el año” decía Brad en una entrevista el año pasado. Y bendita la hora.
Tras sus buenas campañas universitarias en los Alaska Nanooks y su ascenso con Rosalía, Brad tenía un nuevo reto: demostrarse así mismo que el baloncesto profesional era lo suyo. “Comprobé que podía hacerlo bien y quiero saber hasta dónde puedo llegar” comentaba. Y es que el jugador norteamericano se encontraba frente a frente con la liga LEB, una competición donde militan varios ex clubes ACB, veteranos jugadores contrastados, jóvenes promesas a punto de explotar y muchos americanos como él, que buscan tener una oportunidad en la segunda mejor liga del mundo, la ACB. Lejos de venirle grande el reto, Brad mejoró sus prestaciones y logró que su equipo mantuviese la categoría. En lo personal, logró el galardón de segundo máximo anotador de la competición, superado in extremis por Barbour.
Brad Oleson se había hecho un nombre… o quizás no. Su destacable actuación en LEB parecía pasar desapercibida para muchos clubs y sobre todo, para el gran público. Era como estar aislado, como estar en Alaska. “Vivir allí es distinto, no sabes prácticamente nada del exterior, es como un refugio apartado del mundo, incluso de los Estados Unidos”. Pero como en cualquier parte del mundo, siempre habrá alguien que conozca un lugar remoto, siempre habrá una persona que valore lo que haces, siempre habrá una conexión cual teoría de los seis grados. Y la conexión de Brad con el éxito resultó tener nombre y apellidos: Luis Guil.
Su fichaje por Alta Gestión Fuenlabrada debía generar el beneficio de la duda. En una liga donde los equipos buscan nombres contrastados a nivel internacional, jugársela con gente de categorías inferiores es cuanto menos arriesgado. Pero los equipos pequeños viven y crecen de esto, tienen que hacer apuestas a cara o cruz para competir y sobrevivir. En Fuenlabrada no tenían miedo, sabían que apostaban sobre seguro. Un partido de pretemporada bastó para que este joven rubio eliminase todas las dudas de la mente de cualquier aficionado al baloncesto que no le conociese. Triples, mates, ganas y generosidad en el juego en un físico para nada escandaloso, sino más bien todo lo contrario. Una mano izquierda que recordaba al tiro de Ginobili, y unos muelles que nadie se explicaba de que parte de ese cuerpo podían salir, esa fue la carta de presentación de Brad en Fuenlabrada. Y bastaron pocos partidos para comprobar que Brad era un auténtico MVP, obteniendo esta nominación en la jornada 2.
Lejos de creérselo, Brad siguió trabajando. “No soy una estrella”, pero estaba equivocado. Sí que lo era, muchos hasta se atrevieron a decir que desde el gran Perasovic no había pasado ningún jugador igual por Fuenlabrada. Y Brad Oleson se hizo un nombre, no solo en Fuenlabrada, sino en toda la liga ACB. Y tanto fue así que a mitad de temporada muchos de los grandes equipos de Europa llamaron a su puerta, entre ellos el Real Madrid. Ese tímido jugador que tras 4 años en España no sabía hablar prácticamente nada de castellano vivió uno de los momentos más felices de su carrera, firmar por un gran club. Y aunque una lesión empañó su majestuosa temporada, en Fuenlabrada le recuerdan con orgullo. Como un gran jugador que no solo era una estrella, sino que era uno más de la familia fuenlabreña, como un gran tipo que aún estando lesionado, siguió jugando por esta camiseta, por el club que le dio la oportunidad de su vida para intentar lograr el Play Offs, a sabiendas de que su sueño de recalar en un grande peligraba.
Finalizó la temporada y Brad no pensaba deshacer las maletas, se quedaba en Madrid. Pero lo que el ya ex jugador fuenlabreño no sabía era que no estaba en lo cierto. Brad Oleson llegó al centro de Madrid, a Atocha Renfe, pero no para apearse sino para hacer un trasbordo. Ettore Messina le regaló un billete expresso a Vitoria donde Josean Querejeta estuvo encantado de acoger a un jugador dolido. Alguien le había roto su sueño, alguien le había dado de lado, alguien le había olvidado, o simplemente alguien jamás había escuchado su nombre, Brad Oleson.
En Vitoria debe resurgir cual ave fénix, debe ser un pilar en un equipo importante, ocupar el vacío de su más directo rival el año anterior. Pero denle tiempo. Debe recuperar su estado anímico. Debe recuperarse completamente de su lesión y así su estado de forma. Debe resurgir para anonadar a los que se giraron cuando escucharon su nombre. La crítica gratuita no ha lugar para un jugador que ha demostrado lo que vale, y no se preocupen, lo volverá a demostrar si es necesario. Porque Brad Oleson no vive de los puntos, sino del juego. Porque es un gran jugador, denle tiempo. Déjenle un par de meses para que vuelva a ser Brad Oleson, para que vuelva a ser el hombre que vino del frío y nos dejó a todos helados.