Allí donde solíamos gritar |
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Con estas letras de Santi Balmes me siento -aún liberando la tensión propia de la final- delante de un folio en blanco, con la sensación de que este EuroBasket 2022, esta medalla de oro, se ha terminado convirtiendo en un auténtico regalo para quienes hemos venido disfrutando sin medida de cada sorbo de éxito de esta selección, como quien asume que en cualquier momento todo eso pasará a engrosar el sempiterno patrimonio de los recuerdos.
Haciendo un poco de memoria, lejos queda ya aquel oro en el Mundial de 2019 que, entonces, sonaba a traca final, a último baile de una selección que, ya sin los "juniors de oro" y sin varios de los miembros más destacados de esa época dorada, debía afrontar un cambio de piel; entender que se cerraba un ciclo y reflexionar sobre la forma de impregnar a los nuevos jugadores que se iban incorporando (e inclusive al propio aficionado) del legado que iban a recibir. Bajo mi punto de vista, me atrevo a decir que, de todo lo conseguido hasta entonces, seguramente lo menos importante eran los propios títulos en sí, algo que no siempre es fácil de entender. Y precisamente por eso, estas palabras las podría haber escrito antes de disputarse la final, pues un mal resultado no habría cambiado un ápice las mismas.
En estas, tres años más tarde, llegamos a este EuroBasket de 2022. El de la Eslovenia de Doncic, la Grecia de Antetokounmpo, la Serbia de Jokic, etc... pero también el EuroBasket en el que no figurábamos entre los favoritos en las quinielas (nos situaban en séptimo lugar) y en el que los problemas no dejaron de aparecer hasta el último momento.
Y es que, si ya de por sí resulta difícil construir una selección joven y repleta de caras nuevas (del equipo de 2019 sólo repiten Rudy y los hermanos Hernangómez) ante verdaderas potencias que han llegado repletas de talento físico y técnico, las lesiones nos han impedido contar con la ayuda de veteranos de la talla de Ricky Rubio o Sergio Llull, ambos llamados a capitanear esta selección, a compensar la bisoñez de parte del conjunto y a liderar el tránsito hacia una nueva era.
Ya no somos aquella selección que derrochaba talento individual por encima del resto. Tampoco una selección que, en el aspecto físico o atlético, mire de igual a igual a las mayores potencias del mundo. Entonces, ¿qué suerte de embrujo o magia ha permitido a esta selección colgarse esta medalla? ¿Cómo ha sido posible desafiar las previsiones de fracaso a la que parecíamos condenados al inicio del verano?
La primera razón es contar con un gran equipo técnico, liderado (a mi parecer) por el mejor seleccionador del mundo: Sergio Scariolo. Su enorme trabajo desde hace ya muchos años, unido a su maestría táctica y psicológica, nos permite llegar siempre bien preparados a cada competición y, lo que es aún más importante, a crecer durante la misma, potenciando las virtudes y minimizando los defectos de los jugadores a su disposición hasta construir un equipo que cree en sí mismo, que sabe lo que hacer y que es capaz de ir superando dificultades y creciendo en la confianza de que el éxito se puede lograr.
Pero la más importante de todas no lleva el nombre de nadie (o lleva el de todos) y son los valores que cada uno de los jugadores que han ido formando parte de esa gran familia han dejado grabada con tinta indeleble en la camiseta que hoy lucen estos jugadores. Porque si en algo somos y seguimos siendo campeones de Europa y del Mundo es en esfuerzo, solidaridad, generosidad, humildad, sacrificio y fortaleza mental. Y en el convencimiento de que esta es la fórmula, de que sólo así se puede ganar. Un camino que es más una lección de vida, que no garantiza el éxito pero que, si se pierde, sí que garantiza el fracaso. ¿O es que acaso alguien pensaba que “el muro” era una pared de un hotel de Cádiz y la "pocha" un juego de cartas?
Hoy hemos visto a esa familia reconocible, a ese grupo humano que lleva muchos años dándonos éxitos pero, lo que es más importante, enseñándonos el camino para llegar a él. Y esto cuenta para todos los aspectos de la vida. Individualizar sería injusto, y para no serlo, necesitaría mucho más que este artículo, pero permitidme que haga una excepción con Alberto Díaz, porque es paisano, porque se ha formado en Los Guindos, porque lo llevo viendo jugar desde que empezó, pero, sobre todo, porque esas lágrimas en directo reflejan el enorme trabajo y sacrificio que hay detrás de una medalla y el enorme esfuerzo que cuesta conseguir las cosas.
Es por eso que decía antes que el fantástico resultado de esta final ha sido sólo el premio mayor, esa grata recompensa que no siempre llega, pero que no cambia ni una coma el regalo que ha supuesto haber seguido cada eliminatoria de este EuroBasket con el orgullo y la alegría de reconocer a esa familia que forma parte de cada uno de nosotros. Vivirlo nos ha regalado un viaje en el tiempo; volver a vivir la sensación de aquellos años en los que se fraguó todo esto… allí donde solíamos gritar.