La Supercopa y el CAI: la sorpresa y el éxito |
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Con la dosis de nostalgia suficientemente arrinconada en la memoria, nos acercamos a la presentación oficial del CAI Zaragoza entre la elite del baloncesto nacional. Tras una pretemporada que entraba dentro de los parámetros de la lógica, salvo la inesperada victoria ante el Pamesa Valencia en Monzón, el parqué del Príncipe Felipe sería testigo de la puesta de largo del nuevo CAI ante algunos de los mejores equipos de Europa en el primer trofeo en disputa, la Supercopa.
Entre las gradas se palpaba una mezcla de expectación y escepticismo, e incluso un mal disimulado temor a ser avasallados por los rivales. Todas esas sensaciones influyeron en que las gradas no presentaran una mejor imagen, presas quizá de un razonable derrotismo. El primer enfrentamiento con el DKV tuvo un efecto balsámico sobre tanta indefinición. Pudimos apreciar a un equipo ambicioso y aguerrido, cimentado sobre unas defensas alternativas entre las que destacaba una zona de ajustes y una presión tras canasta. La Penya, sustentada por el enorme talento de Mallet y unos minutos espectaculares de Norel, tomó la delantera en el marcador. Pero paulatinamente la intensidad de un gran Roberto Guerra, la continuidad de la euforia olímpica de un enorme Quinteros, el talento de Lewis y el sorprendente acierto desde el perímetro del debutante Green iban diseminando sobre el pabellón la idea de que la sorpresa era posible. Al acierto de los exteriores se unió en perfecta simbiosis el juego interior.
Tras unos minutos en los que Garcés aparecía apático y desdibujado, surgió un Starosta dominador bajo los tableros y consistente en la zona, demostrando que el preolímpico que recientemente había disputado favorecía su estado de forma. Garcés, no se sabe bien si por la tremenda bronca con la que le obsequió Segura o porque sintió la llamada de la profesionalidad, regresó a la pista para ofrecer unos muy buenos minutos que acabaron por decantar el partido a favor del equipo aragonés. A la fiesta se sumó un Lescano siempre dadivoso en el esfuerzo. Era el final del tercer cuarto, y el pabellón gritaba al unísono un “Ya estamos aquí”, demostrando que no éramos unas meras comparsas como había declarado el otrora gran base Nacho Solozábal. El último cuarto no sirvió más que para refrendar el triunfo del CAI y la enorme capacidad anotadora de Mallet.. Todo lo demás era una fiesta.
Y llegó la final ante el todopoderoso TAU, Los vitorianos, basados en Macdonald (increíble su torneo, mostrando a todas sus anteriores condiciones una mayor velocidad y mejor capacidad de tiro), Teletovic, un incansable y resolutivo Vidal y sobre todo en un iluminado Prigioni, amenazaban constantemente con romper el marcador a su favor. Varias veces alcanzaron una renta de 10 puntos, que siempre fueron contrarrestadas por un CAI que demostraba que la victoria ante el DKV no fue un mero espejismo. Una gran defensa y unos enormes porcentajes en el tiro de tres, comandados por un soberbio Quinteros y un tercer cuarto espectacular de Lewis, permitieron al equipo local abrir una brecha de siete puntos a falta de tres minutos, con tres triples consecutivos que llevaron al pabellón al delirio. El concepto de baloncesto de hierro y disciplina de Ivanovic parecía resquebrajarse ante el empuje de un equipo que era llevado en volandas por su afición. El tiempo muerto de rigor permitió al TAU agarrase al partido con varios triples, alguno de ellos estratosférico, de Prigioni, más tarde elegido MVP de la final, y uno de Teletovic que les ponía por delante.
Los últimos minutos fueron eléctricos. Los errores en los tiros libres y, por qué no decirlo aunque suene a excusa, un empujoncito arbitral con decisiones cuando menos sorprendentes, dieron la victoria a los vascos merced a un tiro libre de Rakoceviv tras una falta cometida de manera un tanto ingenua por Victoriano cuando restaban pocos segundos. A pesar de la derrota, la afición supo agradecer a su equipo el enorme esfuerzo desplegado.
No debemos no obstante dejarnos llevar por la euforia. La Supercopa, aunque se trata de un torneo oficial, parece en muchos casos una prolongación de la pretemporada, la antesala de lo realmente importante, por lo que los equipos no la afrontan con la concentración necesaria. Tanto el DKV como el TAU tenían ausencias de relieve entre sus filas, como son Ricky Rubio o Laviña en el primero y Tiago Splitter en el segundo. El CAI disponía de un plus de motivación al disputarse en su casa y ser el primer encuentro en la ACB tras la tortuosa travesía de la LEB. Pero tampoco puede servir de atenuante para destacar el enorme papel de un equipo concebido en un principio para asegurar la permanencia, pero que rindió a un nivel extraordinario, que se codeó con grandes equipos y que dejó en su afición una impronta de lucha y ambición no exenta en algunos momentos de calidad que le permite soñar con alcanzar de forma sobrada los objetivos marcados.