David Doblas: ¿jugador, provocador, actor, púgil? |
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El pasado domingo 29 de marzo el CAI Zaragoza se enfrentaba al Bruesa en un partido trascendental para la suerte de ambos equipos en la liga ACB. Empatados a victorias, dilucidaban la obtención de un respiro en forma de triunfo para afrontar el vertiginoso fin de temporada. Pero aún siendo importante la derrota del CAI, no he podido resistirme a la tentación de escribir unas cuantas líneas sobre un viejo conocido de la afición maña que nos ofreció una de los espectáculos más lamentables de los muchos que ha protagonizado en su carrera.
David Doblas, jugador cántabro curtido en los arrabales de la Liga ACB, volvía al Príncipe Felipe con la misma intención de siempre: convertir la provocación en un arma capaz de desarmar al conjunto local. El recuerdo de anteriores actuaciones estaba presente entre el público. Ya durante las presentaciones de los equipos nos permitió disfrutar de una puesta en escena más propia del circo que de un encuentro de baloncesto, con un ritual que supongo pretende atenazar a los contrarios y al público como la haka maorí de mis idolatrados All Blacks. Al mismo tiempo, comenzaba a dedicarnos sus ya conocidas miradas de superioridad, más propias de los hampones de Harlem que de teóricos profesionales de la canasta.
Ese exceso de intensidad que Doblas representa pudo visionar desde el banquillo como el perímetro del Bruesa agujereaba la hoy frágil defensa de los pupilos de Alberto Angulo, ante el regocijo de nuestro personaje, que se volvía a los espectadores más cercanos con una mezcla de superioridad y chulería. Hasta que un hiperactivo Pablo Laso decidió su salida a la cancha.
Entonces, ante el abucheo de un público que recuerda todas y cada una de sus intervenciones de antaño, comenzó David Doblas a jugar como sabe, abriendo los codos, convirtiendo el body check en un juego de niños, cada bloqueo en un conato de pelea, cada rebote en una refriega bélica. De repente, en una pelota robada por Victoriano, creyó necesario acudir al manual de pressing catch para frenar el contraataque, ganándose la primera antideportiva de la matinal al mismo tiempo que pedía calma a su banquillo: no se trataba más que de su forma de juego.
Unos minutos después, una penetración de Quinteros recibe una falta personal de su marcador. Cuando se aproxima al territorio Doblas éste, fingiendo pararle para evitar su caída, le agarra y le saca del campo con la misma profesionalidad con la que actúan los porteros de discoteca. La segunda antideportiva le conduce a la descalificación, circunstancia que no debería ser extraña para quien juega siempre al borde de la legalidad. Hasta aquí debería ser más o menos normal. Protestas airadas a los árbitros, caras de incredulidad y asombro en su banquillo…
Pero hete aquí que el señor Doblas, cuando se dirige al túnel de vestuarios, exige para salir indemne el despliegue de la lona de seguridad y la presencia policial para evitar, según su criterio, la amenazante cercanía del público. No sólo pretende erigirse en el protagonista de una bufonada, sino que trata de culpabilizar a los espectadores de sus propios actos.
No sé con qué criterios puede actuar el comité de competición en estos casos, ni siquiera si estas actuaciones son dignas de sanción. Pero lo que si entiendo es que personajes como éste, al que hemos visto salir del Principe Felipe obsequiándonos con una amplia gama de cortes de manga y fanfarronadas varias, que concibe el baloncesto como un cuadrilátero en el que sólo sobrevive el que más golpea, sobran de nuestro deporte. La intensidad y las ganas no se deben vestir con este traje.